Un afortunado gana el bote de 1.214.432,18 euros en la Bonoloto de este miércoles en un municipio de 10.000 habitantes

Cómo decirlo para que no parezca cómico. O tragicómico. Les hemos ido dando buena cuenta en este periódico de que, quienes nos dirigen o quieren ... hacerlo, andan estos meses desatados en una especie de maratón de 'Fantasías Animadas'. La mayoría de ellas, tan extraordinarias y, a su vez, extravagantes que llegan a producir sonrojo. Porque la realidad, que no es apocalíptica como algunos pintan pero tampoco tan maravillosa como quieren hacernos creer otros, choca de frente ante tanta promesa desmedida y rimbombante. Anuncios que llegan a ser obscenos cuando vemos la parálisis vivida en otros proyectos acuciantes y anunciados hace años y cuando observamos la incapacidad para dar salida a promesas reiteradas y cíclicas que son las que importan de verdad a la ciudadanía. ¿Recuerdan sus compromisos -ahora incumplidos- con temas como la infrafinanciación, el problema del agua, las listas de espera, la fuga de talento, la despoblación, la falta de plazas en residencias, el final de los barracones, la situación de los bosques, el Corredor Mediterráneo, Cercanías...? Cuatro años después vuelven a las andadas. Y lo hacen con más excitación y de forma más disparatada porque la cosa está tan reñida que, quien más ruido haga, se cree que más fácil tendrá llevarse el gato al agua. De esta forma, es tal el 'cacao maravillao' en el que se han metido que observamos cómo, en tan sólo tres meses, nos han prometido desde ampliar la Ciudad de las Artes -que jamás hubiésemos pensando que saldrían por ahí- a levantar la Ciudad de la Justicia II, culminar la urbanización del viejo cauce con una ambiciosa actuación en su desembocadura, crear miles de puestos de aparcamiento en Valencia (tras destruir otros miles), impulsar tres nuevas líneas de metro y proponer otra que aúna barrios del Bulevar Sur, peatonalizar (de verdad) plazas de la ciudad -como la del Ayuntamiento-, acabar con las listas de espera, construir el nuevo hospital Arnau, repartir bonos y ayudas para la cesta de la compra, para la hipoteca, para los jóvenes, para los más necesitados...

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El pasado viernes, el periodista de la cadena Ser, Javier Ruiz, subrayaba en su emisora que se había cerrado el plazo para pedir el bono de 200 euros que da el Gobierno para paliar los efectos de la inflación. Habían dejado fuera a 1,5 millones de posibles beneficiarios. Algo que -remarcó- ya sucedió el pasado año cuando sólo lo recibieron 600.000 personas de los tres millones a los que iba destinado. Y algo que sucede de forma generalizada con otras ayudas anunciadas a bombo y platillo por diversas administraciones pero que luego se quedan en el limbo: el Ingreso Mínimo Vital (sólo llega al 62% de lo previsto); el bono cultural (al 57% de los jóvenes), los cheques-comercio (más de lo mismo)... «Parecen ayudas más destinadas a llegar a las portadas de los periódicos que a la gente», exclamó Ruiz. No se puede estar más de acuerdo con él. Sobre todo porque, igual que pasa con esas ayudas, ocurrirá con esta tormenta de promesas y proyectos virtuales que intentan colar en busca del voto despistado y/o ingenuo. Porque, frente a ello, vemos la patente realidad de cosas que se anuncian una y otra vez y nunca llegan. Como si viviéramos en un infinito día de la marmota Phil. A modo de ejemplo: la rehabilitación eterna del Centro de Zapadores, la recuperación de la Ceramo (que no llega jamás), la construcción de edificio del relojero (que se vuelve a parar), el letargo del Parque Central (que me temo no veremos jamás), el equipamiento de las naves que se encuentran en la única fase de proyecto ejecutada (que llevan años sin equiparlas y deteriorándose), la inacabable rehabilitación del Palau de la Música o del Palacio de Justicia, la recuperación de La Marina...

Para nuestra desgracia, todo ello suena a farsa, a política del arrebato y a juego electoral. A estrategia, ahora incluso marcada por los algoritmos. Y es lógico que estén en ello, pero hasta cierto límite. Está bien si no tuviera consecuencias cómo la parálisis que vivimos en algunos asuntos cruciales para el progreso de esta comunidad y si no fuera por la enorme deuda que estamos dejando a quien venga detrás. Una ruina presupuestaria que -ya lo hemos vivido antes- se traducirá en traumáticos recortes y en asfixia ciudadana.

Marcel Proust escribió: «Si no te gusta la realidad en la que vives, invéntatela». En ello andan... a destajo

Hay medidas necesarias y proyectos que se anuncian que deberían ser prioritarios y urgentes. Pero esto va más allá de promesas y aparentar que hacemos mucho (aunque luego no sea tanto). Esto va de ser coherentes y racionales, de no hipotecar el futuro, de no engañar con farándulas electorales, de ser honestos, de contar con todos y de caminar con la verdad por delante. Porque los tiempos que vivimos, inciertos y a momentos inquietantes, ya son lo suficientemente líquidos y espesos como para generar más inestabilidad a costa del interés de unos pocos. Tiempos líquidos, a lo Zygmunt Bauman: «La racionalidad de los mandados es siempre el arma de los mandatarios». Y, a su vez, tiempos espesos, si no densos, a lo Marcel Proust: «Si no te gusta la realidad en la que vives, invéntatela».

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En esas andamos los que deambulamos por el fino alambre de la calle. Intentando discernir qué hay detrás del paraíso que nos están pintando: si tras el fantasioso decorado, nos quedará un erial; si lo que nos sirven como liebre es, en realidad, un gato.

Es domingo, 2 de abril. Nuestro monte -esto no es una fantasía- aún humea. Es tremendamente doloroso. A nosotros nos toca extremar la precaución. A ellos, dejar de prometer y cumplir. Prevención, medios y vigilancia.

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