![La generación que necesitamos](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2025/02/08/Imagen%20Juventud,_El_Futuro-kJGB--1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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La última década nos ha dejado noticias impactantes, situaciones inesperadas e imágenes históricas. De hecho, nos estamos adentrando ya en el primer lustro desde que estalló la pandemia y hemos superado los cien días de la mayor tragedia natural que ha vivido la Comunitat. Nuestros ... jóvenes, esos que, con una veintena de años, les atrincheró el coronavirus en sus casas, tendrán esas (y muchas otras) huellas marcadas en su memoria. Y en sus vidas. Y, posiblemente, esas improntas les dejarán secuelas en su forma de ver su realidad, de afrontarla y de marcarse objetivos. Se han criado, de hecho, con el lastre de planes educativos líquidos, que se tambaleaban legislatura tras legislatura según quien gobernaba; han afrontado el hachazo psicológico que supuso para todos el Covid; han convivido con una política embadurnada de corrupción y ejerciendo su labor desde la bronca, y, ahora, han asimilado lo que ha sido la brutal dana y todo lo que le rodea.
Ha sido con la riada, precisamente, cuando hemos podido ver la otra cara de esa juventud que, a ojos de la sociedad, permanecía oculta en su mundo. Ese mundo que los mayores interpretábamos de forma errónea y que nos llevaba a etiquetarles como: la generación 'ni ni', atrapada en los postulados de Tik Tok y la maraña digital, carente de personalidad y con un esqueleto de cristal. Estábamos, de hecho, tan ciegos que, cuando los vimos atravesar la Pasarela de la Esperanza, nos pareció que su reacción era ejemplar. Sin saber que, en verdad, esa forma de actuar era la suya a diario. La forma de vivir y de ser de una juventud comprometida, diversa y universalista. La que entiende el territorio pero asume la era de la globalidad. Una juventud de postulados libres y sin muros. Que estaban ahí pero no les vimos. Quizá porque, encerrados en nuestro mundo egocéntrico y lleno de soberbia, no supimos entender lo que el atinado Quino (el padre de Mafalda) nos susurraba: «Tal vez algún día dejen a los jóvenes inventar su propia juventud».
Nuestra juventud supo dar un absoluto giro de guión a la apreciación que la ciudadanía teníamos de ella en medio del 'shock' de la dana. Salieron a la calle en el momento más crítico para darnos una lección de generosidad y humanidad. Y fueron los que abanderaron el gran movimiento del voluntariado que se convirtió en el primer abrazo -en el sentido más amplio de la palabra- que recibían las víctimas desesperadas por la catástrofe. Su imagen, con las escobas en la mano y las botas de agua hasta las rodillas, es hoy la mejor reivindicación que se puede hacer de una generación que teníamos arrinconada; subordinada a los egos de unos padres que nos hemos creído que esa dependencia, que a la fuerza tienen de nosotros, significaba falta de iniciativa, de fortaleza para afrontar el futuro y de principios.
Que el mercado laboral les castigue; que las opciones de independizarse sean mínimas por un acceso a la vivienda vetado; que los referentes intelectuales que les ofrezcamos sean deprimentes... no ha supuesto, en absoluto, que merme su talento, que no sean constantes en sus objetivos y que no tengan fortaleza para labrarse un porvenir. No lo ha supuesto porque, sin darnos cuenta hasta que les vimos tomando los pueblos del sur, ellos estaban ahí construyendo su mañana con una formación extraordinaria, como nunca antes tuvieron otras generaciones; estaban ahí con una mirada absolutamente abierta y diversa, porque la propia digitalización les ha servido para tener una visión del mundo que va más allá del ombligo; estaban ahí con unos hábitos de vida mucho más saludables de lo que tuvimos nosotros, y estaban ahí con las manos tendidas. Una juventud calidoscópica, vibrante, diferente, saliéndose constantemente del carril... pero con criterio propio. Y, por encima de todo, con empatía suficiente para saber que en este mundo no estás solo.
Decía Ambrose Bierce, autor del interesantísimo 'Diccionario del Diablo', que la juventud es el periodo de lo posible. Y sí. Ellos pueden hacer posible que, esta sociedad enganchada a la incertidumbre y a la polarización, remonte. Que esta sociedad del bienestar que hemos ido cimentando, pero que se tambalea sobre valores adulterados, egoísmos exacerbados y dirigentes atrapados en espurios intereses, pueda dar un salto hacia delante. Pueden hacerlo si les dejamos. Si aquellos que viven aferrados a sus puestos en las entidades más diversas, como si fueran cargos vitalicios, dan pasos para dejar que nuevas miradas, nuevas formas de hacer y nuevas visiones sobre el mañana conquisten nuestro tiempo. Y, de su mano, la Comunitat viva un vibrante fortalecimiento en un momento clave.
García Márquez, en un foro sobre el siglo XXI, disertó: «A ustedes, soñadores con menos de cuarenta años, les corresponde la tarea histórica de componer estos entuertos descomunales. Recuerden que las cosas de este mundo, desde los trasplantes de corazón hasta los cuartetos de Beethoven, estuvieron en la mente de sus creadores antes de estar en la realidad. No esperen nada del siglo XXI, pues es el siglo XXI el que lo espera todo de ustedes. Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan glorioso y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo».
Es domingo, 9 de febrero. En el 'Sofá Azul' del 160 aniversario se sientan cuatro jóvenes políticos. Hablan, desde la diferencia, de diálogo y tender manos. Sus principios son los que necesitamos. Aprendamos de los jóvenes. O mejor, démosles paso. De un sorbo y sin azucarillo.
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