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El ex presidente del Gobierno, José María Aznar, intervino el pasado miércoles en la asamblea general de AVE, el lobby empresarial de referencia en ... la Comunitat. Durante el coloquio con la periodista Maribel Vilaplana, Aznar compartió una de esas reflexiones que vale la pena recordar: «Para poder abrir una puerta a la esperanza, lo más importante es entender lo que pasa». Y es cierto. Saber fotografiar la realidad, analizar una situación con perspectiva e intentado comprender todas sus aristas, es fundamental para desterrar la confusión y poder buscar salidas a escenarios de crisis. De hecho, es en los episodios de caos cuando las personas podemos exhibir lo mejor de nosotros o, por el contrario, mostrar la cara más cruda de la condición humana. Es cuando uno se puede convertir en alguien ejemplar -empático, solidario, respetuoso, eficaz, buen gestor...-, o puede descubrirse como una persona aprovechada, falaz, egocéntrica... que actúa simplemente en beneficio propio. Alguien, en definitiva, que chapotea en la escoria. En especial cuando, el beneficio propio, el enriquecimiento o el intento de destruir a algo o alguien, se produce a costa del dolor ajeno.
Hace apenas unos días, vimos cómo Valencia afrontaba de forma trepidante una situación de caos con todos los componentes posibles: catástrofe, incertidumbre, impacto psicológico, dolor, luto... De este episodio, cuyas heridas están algo más que abiertas todavía, la ciudadanía tenemos la sensación de que los líderes políticos han estado a la altura.Que, por otro lado, debería ser lo normal. Han gestionado el terrible infierno de Campanar transmitiendo certezas y firmeza a la ciudadanía, y ofreciendo empatía y aliento a las víctimas. Lo han demostrado porque el Ayuntamiento de Valencia, con María José Catalá; la Generalitat, con Carlos Mazón, y el Gobierno, representado en Pilar Bernabé, han sabido anteponer la gestión de la crisis a cualquier cuestión partidista. Y hacerlo, además, demostrando la eficacia de sus equipos para paliar la incertidumbre de los valencianos en general y de los afectados en particular. Y, sobre todo, intentando apaciguar su tremendo dolor y conmoción. Se ha sabido gestionar el suceso, con bomberos y policías mostrando una entrega ejemplar. Y se ha sabido gestionar salidas urgentes al desamparo de las víctimas, con el funcionariado de cada administración volcándose en dar respuesta a la urgencia. Las ayudas han sido claras (al menos lo parece) y se les ha dado prioridad.
Eso ha sido así y hay que reconocerlo. Felicitarse por ello. Felicitarse, aunque nos cueste mucho siempre resaltar las cosas positivas. Como hay que reconocer que tanto Juanma Badenas (Vox), Sandra Gómez (PSPV) y Papi Robles (Compromís) han ayudado a que así sea. O el propio PSPV en Les Corts, aprobando ir de la mano con los populares en el área de Emergencias. Que ha habido recelos por protagonismo puntuales de carácter político; pues sí. Y es posible que con razón por parte de todos. Que son una anécdota en ese inmenso trabajo hecho; también. Pero lo que debemos aprovechar de lo vivido -tan trágico y conmovedor- es que, esa predisposición a la cooperación y a la transparencia vivida estos días, impere siempre. Sin necesidad de estar empujados por situaciones límite. Que ese espíritu de colaboración entre administraciones sea el punto de partida en nuestra vida política. Aunque, comprendiendo y aplaudiendo la discrepancia cuando toca. Sin olvidar que, de momento, sólo se han dado los pasos más urgentes para afrontar lo vivido el pasado 22 de febrero. Y recordando a todos ellos que, tras la catástrofe, queda mucho por hacer y que, si no se hace, se deberá denunciar. Si se hace mal, también. En especial, cuando se emprenden caminos pensando en el beneficio propio. Pero no sólo en el ámbito político, si no también fuera de él. Como se ha alertado esta misma semana sobre delincuentes que han intentado recaudar fondos de forma fraudulenta en nombre de las víctimas de Campanar.
Hace ahora cuatro años estábamos sumidos en la mayor crisis sanitaria que muchos hemos conocido: la pandemia del Coronavirus, que trajo tanto dolor y tanta convulsión socioeconómica. En aquellos tiempos impresionó ver la oleada de gente comprometida en darlo todo para evitar el caos. De los sanitarios a las fuerzas de seguridad; de dependientes de comercios a grandes industrias. Emergieron muchos líderes a nivel político, empresarial y social, que se forjaron desde la verdad y la entrega. Ana Barceló fue un ejemplo. Pero también, y lo estamos viendo ahora, hubo personajes -dentro y fuera de la gestión política- que buscaron enriquecerse aprovechando la crisis sanitaria y la situación extrema que vivía el país. El caso de las mascarillas, que a día de hoy no sabemos si se quedará en Koldo García, José Luis Ábalos o al propio Pedro Sánchez, es el reflejo de cómo, aprovechando el desasosiego, se puede caer en lo más bajo.
Sea quien sea el responsable, es deleznable. Aunque no nos toca juzgar a nadie -para eso está la Justicia-, la simple sospecha del mercadeo ya genera estupor, repudio y tristeza. Y, ocurra lo que ocurra, ya está pasando una enorme factura a la clase política en general. Porque, aunque sea la actuación sólo de una incalificable minoría, eso abre en canal la percepción que la sociedad tiene de sus representantes en las administraciones en su totalidad. Un problema que se agudiza cuando ellos, en vez de apostar por la transparencia y ofrecer evidencias, sólo se dedican a aplicar el método del ventilador; del tú más. Ese que hace que, al final, el hedor se haga insoportable.
Es domingo, 3 de marzo. El filósofo Friedrich Nietzsche firma este pensamiento: «Quien con monstruos luche cuide a su vez de no convertirse en un monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti».
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