Un afortunado gana el bote de 1.214.432,18 euros en la Bonoloto de este miércoles en un municipio de 10.000 habitantes

De momento, todo son encuestas. Además, muchas. Incluso, en algunos casos, contradictorias. Que si el bloque de derechas gana enteros, con Carlos Mazón sometido a ... las exigencias de un Vox que se hace fuerte a días; que si Ximo Puig podrá revalidar el Botánico, con un sumiso Joan Baldoví comiendo de su mano y Héctor Illueca salvado por la campana; que si María José Catalá lo tiene hecho y además con solvencia; que si Sandra Gómez consumará el sorpaso a un Joan Ribó que se cree revolucionario... Todo es muy dispar y depende del prisma con el que se quiera observar. Porque, al final, todas las puertas parecen estar abiertas y todo lo que vaya a suceder es una incógnita, por muchos gurús y analistas demoscópicos que quieran vaticinar un resultado certero. Dicho esto, también es cierto que el maremágnum de pronósticos en el que buceamos nos deja sobre la mesa algunos aspectos comunes: que hay un voto oculto muy contundente, que la bolsa de indecisos es mayor de lo que pensamos y que el voto estará milimétricamente repartido en dos grandes bloques muy líquidos entre ellos.

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El primer punto: un profundo voto oculto que no refleja las encuestas y que puede ser muy importante a la hora de inclinar la balanza hacia un bloque u otro. Un voto oculto que es contundente porque existe una parte de la ciudadanía que considera que, en esta sociedad del estriptís social a través de las redes sociales, debe salvaguardar sus pensamientos ideológicos. En especial, en un momento en el que la polarización es tan fuerte que las cuestiones ideológicas pueden desembocar en fricciones dentro de su entorno. Reconocer a quién votan les puede dañar socialmente. ¿Por qué? Porque el peso, cada vez mayor, de las etiquetas invita a ocultar sus preferencias. De hecho, la propia polarización en que vivimos viene acompañada de ataques viscerales -en el ámbito político, mediático y social- hacia ciertas ideologías. Algo que sucede, especialmente, con la derecha, a quien se tacha de antidemócatra y corrupta con extrema facilidad.

Otro aspecto, quizá más decisivo, es el porcentaje de indecisos. Algo que, a una semana de las elecciones, todavía es altísimo. Tanto, que es donde se está jugando el partido. Y así será hasta el final. Quien tiene dudas (o no ha querido despejarlas), las mantendrá hasta casi el momento de ir a depositar su voto. Y es así -y cada vez sucede con más gente y con más frecuencia- porque los propios hábitos de vida invitan a ello. Esta sociedad digitalizada y acelerada nos está haciendo que vivamos de manera tan rápida que acabamos tomando las decisiones casi al instante. Y, a veces, sin demasiada reflexión previa. De hecho, la elección del voto, en muchos casos, se ha contagiado de esos nuevos estilos de vida: todo al instante, en todos los lados y a toda prisa. Estamos, incluso, habituándonos a que piensen por nosotros. Un hecho al que debemos sumar los efectos que nos deja la era post-pandémica, que en muchos casos nos ha hecho ver todo con mayores dosis de incertidumbre: planificar el futuro o tomar decisiones se ha convertido en algo que hacemos cuando ya no nos queda más remedio que pasar de pantalla.

Las encuestas dejan tres evidencias: el alto índice de indecisos, el potente voto oculto y que la noche del 28 será de infarto La elección del voto se ha contagiado de los nuevos hábitos de vida: se decide rápido y en el instante, como todo en la era digital

El tercer elemento común que se desprende de las encuestas es que todo va a estar tan igualado que la foto 'finish' demostrará que vivimos en una sociedad dividida en dos grandes bloques que, a su vez, son extraordinariamente líquidos entre ellos. Dos bloques con un fluido trasvase de votos de unos partidos a otros. Por castigo, decepción, incertidumbre...

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Una situación que, en cualquier caso, deja una clarísima consigna a quienes vayan a formar gobierno. En solitario o pactando. En la Generalitat o Valencia. Porque no estamos en una época en la que, quienes accedan al poder, actúen como alcaldes o president sólo de sus votantes. Nunca deben serlo pero, en la coyuntura actual, mucho menos. Y no vale decirlo simplemente: «Yo voy a gobernar para todos». No, aquí hay una obligación moral y democrática de decirlo y hacerlo. Porque la excesiva polarización en la que vivimos obliga a nuestros gobernantes a hacer un inmenso y generoso trabajo de gestión de proyectos y de decisiones pensando en el conjunto de los ciudadanos y no sólo en sus votantes. No se puede ser sólo el gobierno de sus minorías. Hacerlo es un doloroso atentado al interés general y una traición a las bases de la democracia.

Las encuestas ya nos advierten de que, quien alcance ese poder, lo hará por la mínima. Eso le debe obligar a bajarse del pedestal y dejar atrás toda arrogancia. Y pensar que, aunque legitimado, no cuenta con una mayoría contundente para mirar hacia delante con las orejeras puestas. Más bien, deben hacerlo con políticas de 360 grados en las que todos sus ciudadanos, voten a quien voten, tengan cabida. La alcaldesa o alcalde, el presidente o presidenta de la Generalitat, que sea elegido el 28 de mayo, tiene la más absoluta obligación de gobernar y tratar a todos por igual. Sin sectarismos. Incluso, cuando le toque ir a un debate o, sencillamente, a entregar unos premios.

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Es domingo, 21 de mayo. Escribió Antonio Machado: «Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya». Tan cierto como que nunca se sabe cuando, con certeza, se gana o se pierde. Sólo el mañana descifra la verdad.

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