Lo dijo ayer, a eso de las diez de la mañana, la presidenta del Congreso, Francina Armengol: «Piensen en la ciudadanía; guarden el decoro parlamentario». ... Intervino cuando la bronca entre sus señorías volvía a tener visos de escalada sonrojosa. La petición moría en medio del esperpento dialéctico que, una vez más, se vivió en las Cortes Generales. No fue una jornada ni más altisonante que otras ni menos enojosa. Fue, sencillamente, otra demostración de la decadencia en la que se ha perpetuado la política. Una imagen paupérrima de la clase gobernante y de la oposición. La imagen de la incapacidad de dialogar y de pactar. Algo que se vive en la carrera de San Jerónimo, pero que se extiende en todos los niveles y a todas las instituciones. También en las autonomías. Eso sí, en la nuestra, si hace falta llegan a acuerdos y se garantizan cobrar un paro cuando terminen su mandato como diputados. Lo hacen, como pedía Armengol, pensando en la ciudadanía. De un sorbo y sin azucarillo.
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