Era 2011. Un viaje por Argentina. En Buenos Aires, en la fachada del periódico Clarín, se podía leer en rojo sobre fondo blanco: «Los ... lápices siguen escribiendo». Años después, en una columna de opinión en este mismo periódico y tras el espeluznante tiroteo en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo, recordaba aquella pintada y la imperiosa necesidad de que Europa, que en aquel momento gritó #JeSuisCharlie, preservara la libertad de expresión por encima de toda amenaza. Una necesidad convertida con el paso del tiempo en una urgencia, casi emergencia, porque los intentos de quebrar los lápices siguen vivos y la forma de hacerlo es cada vez más obscena. Quizá porque la incompetencia de muchos la intentan camuflar por medio del tono altisonante de su reacciones y con la bajeza de las verdades pervertidas o las mentiras encriptadas.
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La incompetencia oculta bajo los disfraces más burdos, por usar un adjetivo de moda, que se atisba desde cualquier flanco, por un lado y por otro, con el inquietante objetivo de: imponer el relato al antojo personal de quien quiere mandar o manda; de acallar al que opina ejerciendo su derecho absoluto de libertad de expresión; de presionar a quien informa, para que deje de hacerlo; de castigar a quien no baila el agua, de aquel que se considera superior; de señalar al mensajero, cuando sólo es un altavoz e intérprete libre de lo que pasa; de intoxicar la información, con enredos y patrañas; de precintar la palabra y de imponer el titular. Intentos de romper el lápiz, que es el mejor aliado que puede encontrar la libertad. Porque con el lápiz se escriben palabras sin ataduras; del grafito nacen viñetas, sin buscar el beneplácito de ninguno, y de la afilada punta surge, como un aguijón, la reflexión, la opinión o la mirada de quien ejerce la libertad de expresión.
El ensayista Rob Riemen recuerda en 'El arte de ser humanos' que, en mayo de 2020, se celebró en Bruselas los setenta y cinco años de vida en libertad de la Europa occidental. «Los discursos de los mandatarios fueron sobrios, y estuvieron imbuidos de ambivalencia». El intelectual neerlandés subraya en su estudio que cualquier persona que suela leer los diarios se da cuenta de las amenazas a las que está expuesto todo aquello «por lo que tantos soldados y ciudadanos valientes lucharon» durante la Segunda Guerra Mundial: «Nuestra democracia liberal, la vigencia de los valores morales universales y de los derechos humanos, y la libertad e igualdad de los individuos». Amenazas sobre esta Europa que, como el propio Riemen señala de forma magistral, van más allá de nuevos fascismos o políticas autoritarias. Porque ese peligro desestabilizador de las libertades se esconde también bajo un relativismo moral de lo que está bien o mal, bajo «políticas fundamentalistas que quieren imponer ciertos relatos como la verdad absoluta» o bajo «un irracionalismo rampante, que asfixia como una maleza mental las verdades objetivas».
En un día en el que afortunadamente tenemos de nuevo cita con las urnas para escoger a nuestros representantes en la Unión Europea, si algo debemos asegurarnos es que nuestra participación contribuya a que nuestras libertades queden intactas. Nuestras libertades y nuestros derechos. En todos los ámbitos: para elegir el colegio de nuestros hijos, para recibir atención sanitaria con dignidad, para salvaguardar la diversidad y potenciar la solidaridad, para acceder a una vivienda, para poder alcanzar mejores cuotas de bienestar, para poder moverse libres por la Europa que nos abraza y hacerlo con nuestros derechos garantizados... Y para continuar siendo libres al expresarnos. Libres para informar y para elegir dónde informarnos.
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Hoy es un día en el que, pese al hartazgo y la tremenda polarización del ciudadano y la clase política, los europeos tendremos que elegir quién va a diseñar las políticas que marquen el futuro de este viejo continente que, como todo en este planeta acelerado, padece la tensión de la incertidumbre global, de los extremismos descontrolados y las ínfulas populistas de quienes quieren imponer su verdad. Es un día clave para ejercer ese derecho al voto y para apuntalar el poder de esa Democracia que nos iguala y ampara.
El periodismo, y con él los periodistas, formamos parte -con muchos otros actores de la vida civil europea y española- de los guardianes y defensores a ultranza de esas libertades. Y así debemos seguir ejerciendo nuestro trabajo. Aunque algunos, con maneras tóxicas y esperpénticas y desde todos los niveles y estratos, quieran colocar en la diana a quienes, con nuestros errores -evidentemente- y no siempre con el acierto que deberíamos, seguimos siendo parte fundamental de las garantías constitucionales de la ciudadanía. Porque el derecho a la información es básico para ser libre. La información te da libertad para elegir, mimbres para pensar y caminos por los que optar. Y, además, te permite ejercer ese otro derecho fundamental que es el poder opinar, cuestionar lo que ocurre -decisiones o acciones-, discrepar y, sobre todo, asentar las bases para poder dialogar. Todo ello, siempre, haciendo que se imponga el respeto, el rigor y la honestidad. Porque ella, la honestidad, es la mejor tinta que un periodista puede utilizar a la hora de narrar las cosas de la vida y sus derivadas a sus lectores.
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Y sí, las palabras continúan vivas, escritas bajo la impronta personal de cada uno; cada cual con su estilo, con su nivel de rebeldía o entreguismo, con su verdad o sus titubeos. A veces complacientes; a veces hirientes, pero vivas. Y por eso, por su enorme poder, siempre conviene parar y reflexionar sobre lo que hacemos. Volver a Ryszard Kapuscinski, por ejemplo, para vernos por dentro y ejercer la autocrítica. Porque con ella, seremos mejores: «El periodismo debe luchar contra la corrupción y la impunidad». O eso tan redicho pero real: «Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático».
Guste o no a ciertos personajes, el periodismo en toda su dimensión continúa. Y continuará con más fuerza que nunca. De hecho, los lápices siguen bailando sobre el papel; la tinta, deslizándose por la cuartilla, y los teclados, escribiendo la banda sonora de las redacciones. Aunque el eco de las letras les moleste a algunos.
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Es domingo, 9 de junio. «Aquellos que están gobernados por la razón, no desean para sí mismos lo que tampoco desean para el resto de la humanidad», sentencia Baruch Spinoza. «No quiero seguir siendo quien no soy», reflexiona en uno de sus poemas Benjamín Prado. «Sinatra con gripe es Picasso sin pintura», escribía Gay Talese. «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está limpio, todo tu cuerpo será luminoso» (Mateo 6-22). Y así, hasta el final... Palabra tras palabra.
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