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Repasar el pensamiento de Friedrich Nietzsche en estos tiempos convulsos es inquietante. Y lo es porque, aunque su mirada es arrolladora, está repleta de ... matices punzantes que, de forma certera, hablan de nuestra realidad. Basta leerle aquello de: «no que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra».
Su visión de la vida nos ayuda a salir del marco establecido y observar lo que nos ocurre desde otros ángulos. Contemplar el tablero político valenciano sin estar mediatizado por los relatos que, unos y otros, intentan hacer prevalecer; sin darse cuenta de que, con su manera de ejercer la política, nos están conduciendo por una senda en la que todo es inestable, donde crece la desconfianza en el futuro y en la que se acomoda a pasos agigantados el desprestigio. Y aunque es absolutamente injusto, va tomando paso esa creencia, que firma también el filósofo del caos, de que la política es «un campo de trabajo para ciertos cerebros mediocres».
En el tablero valenciano actual, ninguna de las fichas está en su sitio. O casi ninguna. La mayoría están movidas, si no caídas o a punto de hacerlo. Algunas, incluso, ya han desaparecido. Otras, nunca llegaron a estar. Y unas pocas emergen sigilosas en medio del lodazal, sin más objetivo que el provecho propio. De hecho, la tempestad que ha supuesto la enorme tragedia de la dana ha desnudado la política valenciana. Tanto que nos encontramos con un presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, que vivía sus momentos más sólidos en el Consell, al borde del desfiladero tan solo cinco meses después de la riada. Cuestionado dentro y fuera de su partido, señalado con ahínco por una oposición exacerbada y con gran parte de la sociedad a la que representa dándole por sentenciado, sin pasar por el filtro de la Justicia ni de las urnas.
La realidad es que, más allá de lo que marque la presión social, política y mediática, el futuro del jefe del Consell es incierto. No tanto que pueda presentarse a la reelección, algo que en el Partido Popular -aquí y fuera- dan por cerrado que no pasará, sino que pueda mantenerse en el cargo durante toda la legislatura. Un escenario que, hoy por hoy, está más en el imaginario de muchos que sobre la mesa. De hecho, Alberto Núñez Feijóo, como ha demostrado (casi) siempre, no es de tomar decisiones en caliente y va a dejar hacer. Asumiendo el coste que eso tiene. Porque lo ocurrido ya implica un coste irremediable. El presidente del PP va a dejar que el tiempo pase, cubriendo fases. Y si tiene que tomar una decisión respecto al futuro del presidente de la Comunitat, lo hará junto al propio Mazón y en el momento que consideren. Sin plazos, de momento. Ni con el verano de tope, ni después de él. Porque lo que realmente va a ir marcando el paso serán las encuestas internas, las decisiones judiciales y las posibles minas informativas que puedan seguir estallando sobre la gestión de la dana. Y eso que ya van muchas.
Eso sí, en medio de ese intervalo de tiempo de resistencia, lo que ambos van a tener que aprender es a convivir con un partido sumido en cierta esquizofrenia por la actuación durante y después del 29 de octubre. Muchos quieren precipitar la salida de Mazón, aludiendo a la dignidad, pero deberían ir asimilando que él no va a tirar la toalla, siempre que la coyuntura -insisto, judicial y de gestión- se lo permita, como muchos de sus colaboradores más estrechos no se cansan en repetir. Mientras tanto, eso sí, algunos dentro del PP se movilizan, se abrasan o se inquietan. Como Francisco Camps, que quieren aprovechar el vendaval para resucitar políticamente; o Susana Camarero, cuya sobreexposición va mermando a diario las posibilidades de ser cabeza de cartel en un futuro, pese a que su valía parece demostrada; o la mismísima alcaldesa y favorita del público, María José Catalá, que se intenta apartar de los chascarrillos de la sucesión. Al menos, de momento. Primero, porque la alcaldía de Valencia sigue siendo para ella la prioridad, aunque muchos le quieran colocar en otro frente. Y por otra parte, porque cualquier movimiento ahora no tendría ningún sentido para ella, por muy atractivo que pudiera parecer para algunos ser jefa del Consell por vía acelerada.
Aunque el panorama político en otros frentes ideológicos tampoco es que sea reconfortante. La realidad es que la supuesta jefa de la oposición, Diana Morant, que ya era invisible antes de la dana, se ha empeñado en seguir siéndolo. Porque, si a Mazón se le puede achacar una falta de empatía absoluta, a ella, lo mismo. Eso sí, con un nivel de responsabilidad muchísimo menor, sin ningún tipo de discusión. De hecho, ha quedado en evidencia porque su no presencia -o presencia encorsetada a los designios del palacio de la Moncloa- ha llenado todo de titubeos, de reacciones vacuas y contrapuestas y de acciones absurdas por estar dictadas desde la distancia por un Pedro Sánchez que ha sido gélido con las víctimas y, sobre todo, meramente calculador con sus intereses.
Morant ha fallado. No ha tenido perfil propio. Ha habido frialdad y lejanía para evitar quemarse. Y, de manera clara, la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, le ha arrebatado el liderazgo y el protagonismo. Aunque flaco favor le hacemos al decirlo. Hasta Carlos Fernández Bielsa, alejándose del aparato, sale reforzado ante el perfil adormecido de una ministra que no despierta. O no le dejan despertar.
En medio de esto, asoma un Vox que ha logrado, sin el mínimo desgaste por la dana, sin líder autonómico claro y bajo la omnipresencia de Santiago Abascal, ser quien sujeta el timón del gobierno valenciano. Y Compromís busca a codazos su hueco, con un Joan Baldoví siempre instalado en la sobreactuación hasta llegar al insulto, entregado a las palabras gruesas y a la agitación. Intentando, como en tiempos pasados, aprovechar la comprensible y justificada indignación de las víctimas de la dana, para ser quienes despliegan la pancarta más grande y salir en la fotografía. Eso sí, en una foto fija que, hoy por hoy, está desenfocada. Oscura. Sin luces. Como está la política valenciana en la actualidad. Sin liderazgos claros o titubeantes, sin proyecciones de futuro y plena de incertidumbre. Un tablero político donde sobran cobardías y egoísmos; donde falta coraje y verdad. La política deambulando por el alambre hacia el ocaso.
Es domingo, 23 de marzo. «Quien con monstruos lucha, que se cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti». Más Nietzsche para rematar. O para reflexionar. Y ya saben, como todo en la vida, de un sorbo y sin azucarillo.
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