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Llega el acto final. El fuego. Atrás quedan los días mojados e inciertos. Los músicos tapando sus instrumentos bajo el plástico. Ninots empapados. El temor ... a que los monumentos puedan colapsar. La mascletà del barrio suspendida. La ofrenda deslucida. La lluvia que no cesa. Los charcos por toda la ciudad. Las puestos de churros y buñuelos que no acaban de arrancar. Los falleros observando todo el día, a todas horas, una previsión del tiempo cambiante y delirante. La agenda secuestrada por cuánto y cuándo va a llover. Las dudas entre manteletas. Un toque de tristeza vestido con 'saragüells'. No han sido unas fiestas gozosas. No lo fueron desde el inicio. Nos adentrábamos en ellas con el poso de la tragedia tatuado en un costado. Aunque soñábamos con levantarnos. Y a momentos, hubo jolgorio. Gentío por todos los lados. Pero la realidad nos lastró el ánimo. El temporal tampoco ayudó. Prolongó la desazón. Llenó de grises el calendario y, aunque la rebeldía por las ganas de celebrar se haya ido imponiendo a momentos, la Valencia que añoramos se ha quedado bajo el manto húmedo de la borrasca y bajo la losa de la actualidad. Esa que nos ha ido alejando de la fiesta a empujones hasta dejarla en un segundo plano. Tanto que, quien se asomaba a periódicos, radios o televisiones nacionales veía que la Valencia de la que se hablaba no era tanto la de las Fallas espectaculares que todos admiraban. Era la Valencia que sigue atada a la dana. La Valencia, la Comunitat, que ha escrito el último capítulo de esta historia de destrucción y drama con un pacto del presidente Carlos Mazón con Vox para sacar adelante los presupuestos que han bautizado de la reconstrucción. Un pacto que es un balón de oxígeno para la pervivencia del jefe del Consell. Un balón de oxígeno con un altísimo coste para los valencianos, que siempre respetamos la diversidad, apostamos por la universalidad y creímos en la solidaridad sin fronteras. Un pacto para unos presupuestos necesarios, pero con un peaje incierto. No. No han sido las Fallas más gozosas; pero quizá, sí, las más necesarias. En especial el tramo final que ya llega. Ese que hace que todo lo que repudiamos sea devorado por las llamas. Aunque sea en la hoguera de la metáfora. Llamas para que arda la crispación; para que la incompetencia se funda entre las brasas; para que volvamos a ser quienes fuimos, levantándose entre las cenizas; para que la Justicia haga justicia y el tiempo ponga a todos en su sitio. Cada cual, en su fogata. «Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende». (Eduardo Galeano)
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