En el Macondo de Gabriel García Márquez estuvo lloviendo cuatro años, once meses y dos días. «Fue necesario excavar canales para desaguar la casa, y ... desembarazarla de sapos y caracoles, de modo que pudieran secarse los pisos, quitar los ladrillos de las patas de las camas y caminar otra vez con zapatos», relata en 'Cien años de soledad'. Aquí vivimos con la sensación de que la lluvia se ha instalado para quedarse. Precisamente cuando la sequía crujía a nuestro alrededor. Se ha adherido a nosotros de manera que, aunque salga el sol, seguimos todavía sintiendo esa humedad en los huesos que nos dejó la dana. Como queriendo recordar la tragedia más allá del temporal. El temporal se ha quedado incluso cuando escampa, para ahondar en nuestro pesar. O al menos, para que permanezca punzante en la memoria. Porque, ni siquiera en tiempos de fiesta, como en las Fallas encapotadas que estamos viviendo, logramos que el disfrute sea pleno. Que sintamos la tradición y su fervor de manera vibrante. Entre otras cosas porque, de manera constante y sin terminar de marcharse, el agua se va filtrando por nuestras calles, empapando monumentos y llenando de incertidumbre la agenda. Incluso, marcando la actualidad al completo. Social y también política. Como queriéndonos recordar que, aunque el calendario nos marque que son días de celebración, en nuestro recuerdo debe seguir viva aquella estampida que nos arrolló el pasado 29 de octubre. Ese día de lluvia desbocada y trágicas riadas que nos cambió la vida. Tanto que, casi cinco meses después, tenemos que ver cómo el presidente Carlos Mazón se ha tenido que borrar de las fiestas del Cap i Casal para evitar la crispación y cómo ha tenido que salir, en medio de días presuntamente festivos, a anunciar un acuerdo presupuestario con la mirada puesta en la reconstrucción. Un anuncio necesario para hacer posible que la Comunitat se levante de la catástrofe vivida y un anuncio necesario especialmente para él, en el momento en que una presión absoluta le asfixia y llena de dudas la acción de Gobierno de todo el Consell. Las precipitaciones sin fin, en efecto, lo marcan todo. Las que azotaron Valencia hace ya casi cinco meses y las que se siguen colando en nuestro día a día dando continuidad a lo vivido. Como si una y otra lluvia fuera la misma. Como si las nubes cargadas no nos hubiesen abandonado desde aquella jornada. La lluvia infinita que moja también la Ofrenda más emotiva. Esa por la que desfilan, ante la Madre de los valencianos, también aquellos que vieron sus casas arrasadas, sus vidas partidas y a sus amigos y familiares que se marchaban. La lluvia, como en Macondo, sigue en la memoria. Cuatro meses, dos semanas y seis días. Hasta que muera el calendario.
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