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La trama de las mascarillas, con Koldo García en el epicentro del esperpento y no sabemos cuántos más; lo del novio de la presidenta ... madrileña; los juicios de Eduardo Zaplana y Rodrigo Rato, que nos llevan a tiempos éticamente aciagos; la testosterona independentista y el bochorno de la amnistía; los chantajes de los socios de Gobierno y las cesiones a toda costa; el Parlamento nacional convertido en un lodazal dialéctico; el Senado, en escupidero verbal; las salidas de tono de la derecha más rancia; lo de Rubiales, los porches y los Rolex; lo de Peter Lim y el disparate del Nuevo Mestella; lo de David Broncano y los 28 millonazos... y hasta un concejal que tiene que salir a desmentir que tuvo relaciones sexuales bajo un paso de Semana Santa y acaba dimitiendo. Todo, apreciado presidente Pedro Sánchez, es lodo y nada. Todo tiene tufo a estercolero y todos contribuyen a convertir la política -y por extensión, a la sociedad- en un lugar donde habita la nada. Nada de ética, nada de empatía, nada de diálogo, nada de certeza, nada que no sea el interés particular de cada uno. Siempre en detrimento de una ciudadanía a la que representan y a la que abocan a la desafección más absoluta para poder subsistir. Intentar ser felices al margen de ellos.
Llevamos sólo tres meses y medio de 2024 y el término 'hartazgo' es ya candidato a palabra del año. Un sentimiento, sensación o forma de ver la vida, por parte de quienes ponemos rostro a la calle, que difícilmente se puede revertir ante la escalada en la que estamos instalados. Un hartazgo absoluto de la ciudadanía respecto a sus gobernantes en particular y a la clase política en general. Cansancio, sin drama ni aspavientos, pero que viene acompañado de vergüenza ajena y enojo, de indignación y pasotismo, de incredulidad y decepción. Un agotamiento colosal porque sus formas, su manera de actuar, su dinámica barriobajera y no pocas veces chulesca, sus diálogos fuera de tono y reiterativos, sus acciones y acusaciones indecorosas y poco edificantes, hacen que quienes depositamos nuestra confianza en ellos a través de los votos observemos el lamentable espectáculo de los últimos meses -quizás años- como algo terriblemente pernicioso para una sociedad que, lo que necesita, es certidumbre, tranquilidad y hechos. Porque mientras ellos batallan, el mundo sigue hundiéndose en las garras de un carrusel de crisis: climática, geopolítica, económica, de valores... Mientras ellos batallan en el lodo, el futuro se llena de nada. Lodo y nada.
Sí, nada y lodo, como le espetaba Pedro Sánchez a Alberto Núñez Feijóo, sin darse cuenta -o sí- de la enorme reciprocidad de la acusación. De la hipocresía que alberga el marketing político que ese día imponía Moncloa. Porque ellos, y muchos más acólitos de la clase dirigente -de todas las ideologías-, chapotean a diario en el fango, convirtiéndolo en el hábitat natural de su acción ejecutiva. Contribuyendo, de esta forma, a agrandar la enorme frontera que hoy existe entre los gobernantes y la calle. Y profundizando las grietas que van, poco a poco, partiendo nuestro país en dos. O en más de dos. Porque su actitud crispada, tremendamente alterada, va calando en la sociedad hasta hacer que esa división tan profunda que se vive en la clase política penetre de forma irremediable en la sociedad. Empujando a la ciudadanía siempre a posicionarse sobre postulados que obedecen más a relatos políticos que a realidades sociales. Siempre, un bando u otro. Blanco o negro. O estás con la Democracia o con los que rompen España. O atacas a Begoña Gómez o a Díaz Ayuso. Eres feminista o machista. De Pablo Motos o Broncano... Nos empujan a la división cuando, en realidad, el problema es la destrucción de la esencia de nuestras instituciones -de la esencia del Parlamento y del Senado-; la malversación y la falta de ética; la desigualdad en la sociedad y la deleznable violencia contra las mujeres y sus hijos; la intromisión en los medios públicos y privados para alterar su objetividad y libertad de expresión... Ver el humo y no la raíz de los problemas.
Frente a todo ello, que posiblemente algunos tachen de hiperbólico y demagogo, lo que podemos exigir a nuestros representantes institucionales es que ese asfixiante clima que se vive en la política nacional cese. Y podemos, como ciudadanos, trabajar cada uno desde su atalaya -por muy modesta que sea- por evitar que sus tentáculos se prolonguen a los niveles más próximos. Incluso íntimos. Debemos, de forma contundente y sin dar tregua, exigir que la política se ejerza con mayúsculas. En todos los estamentos. Del local al autonómico; del regional al nacional o europeo. Que deje de valer todo; que se respeten las líneas rojas del decoro y la honestidad; y que sean ejemplares. Debemos exigir eso y que, más allá de juguetear al ingenio doliente y a las guerrillas tuiteras, se entreguen a trabajar en pos de aquellos que les pagan el sueldo cada mes. Que más que palabrerías, tengamos hechos. Más que reproches, consensos y unión por los interés generales.
De verdad, ¿hay que hacer de la ampliación del aeropuerto una batalla? ¿Hay que juguetear con los problemas del campo valenciano? ¿Hay que hacer ideología con la violencia? ¿Hay que convertir las instituciones, que son la base de nuestra Democracia, en un campo de batalla dialéctico en el que se desangre la decencia y se decapite el decoro? ¿De verdad, todo vale para mantener o lograr el poder? Aquí, Carlos Mazón tiene la oportunidad de hacer política de altura y evitar el contagio de las malas formas. Diana Morant, por su parte, no puede trasladar las maneras de Moncloa a una Comunitat donde debe imperar el respeto; ni Pilar Bernabé, algo más que delegada del Gobierno, no debería asumir el papel de azote del Consell. Ser ejemplo aquí, puede servir para cambiar allí. Llenar la nada de hechos que nos sirvan a todos para avanzar. Desterrar el lodo para poder sembrar. ¿Ingenuidad? No sé. La sociedad civil es la que debe presionar para que se produzca el cambio de rumbo. Si dejamos que la deriva en la que estamos se prolongue, luego será tarde. Y la quiebra, total. Lodo y nada.
Es domingo, 14 de abril. Los europeos practicaban sacrificios por asfixia durante tiempos del Neolítico. Quizá sea exagerado decir que esas atroces dinámicas continúan. Metafóricamente, claro. Lo cierto es que, a momentos, la contaminación verbal es tal que la asfixia es total. Como si, por poder, algunos estuvieran dispuestos a sacrificar a quienes representan.
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