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Será Diana Morant sí o sí; no hay más opción», me advirtieron hace unas semanas cuando Alejandro Soler amagó por primera vez con ... presentarse a las primarias para ser el líder del PSPV. Quien me lo dijo no sólo tenía razón sino que sabía a la perfección que la omnipresencia de Ferraz, y por tanto de Pedro Sánchez, es de tal dimensión que nadie es capaz de plantarle cara. Quien lo hace acaba desterrado al foso de la marginalidad y sólo sale de él arrodillado y reconvertido. Al menos, en estos tiempos en que el protagonista de 'Manual de resistencia' ha demostrado que no hay tempestad o tsunami que le haga naufragar. Únicamente Emiliano García Page osa (y puede) decir lo que piensa, pese a que reciba el cuestionamiento y la respuesta visceral de alguno de su partido.
Pero, ¿por qué Morant? ¿Es la líder que necesita el PSPV?¿Qué factura interna deja su designación? Hay muchas incógnitas sobre cómo se ha llegado hasta ahí. Las crónicas políticas -de aquí o de allí- hablan de silencios durante todo el proceso. La transparencia no parece haber sido -y no lo está siendo- el fuerte de este nuevo tiempo del socialismo valenciano. Ni cara a los medios, ni cara a la propia militancia, que se va a comer el relevo ya cocinado. Un hecho que evidencia que el PSPV ha llegado al punto en el que se encuentra tras un reguero de tiras y aflojas que ha desembocado en un pacto -que quizá no lo sea tanto- fraguado a base de compensaciones, promesas y, quizá, miedos al fracaso. Bálsamos y remiendos, en cualquier caso, para los egos de los que quisieron ser candidatos y no pudieron. O para los que, como Ximo Puig, dieron un paso al lado. Porque, en realidad, el pacto comenzó cuando el ex president de la Generalitat decidió dejar definitivamente de ser el abanderado de su partido -aún no sabemos de forma oficial a cambio de qué (aunque siempre quedará París)- y ha culminado con un inesperado comunicado en el que los tres aspirantes a la secretaría general optaron por aupar de un zarpazo a Diana Morant. Eso, pese a que horas antes habían defendido de manera entusiasta que debía hablar la militancia.
El pacto se anunció sin desvelar la letra pequeña del acuerdo -más allá de las obviedades de que prevalecía la unidad y era fruto del dialogo- y sin explicar a los suyos por qué se fulminan las primarias -que los partidarios de la ex alcaldesa de Gandía daban por ganadas con sus primeros números-. Aunque lo más esclarecedor y sintomático del acuerdo fue que se producía bajo el paraguas de Ferraz, bajo sus reglas y sometido a sus condiciones. Algo inquietante porque, decididamente, va a contrapelo con la esencia histórica de lo que es el PSPV, defensor del encaje federalista y de ser una voz propia dentro del ecosistema socialista español. Y es inquietante porque, con esa instantánea -Puig pactando en Ferraz su apoyo a Morant y Carlos Bielsa y Soler cediendo (quizá temiendo lo peor) ante Santos Cerdá-, lo único que queda claro es que la ministra aterrizará en el cargo con una enorme etiqueta de líder por dedazo y una contudente sensación entre los suyos (y los que no) de que es una prolongación de Sánchez en la Comunitat. Circunstancia que invita a pensar que quien manejará los hilos de lo que aquí suceda será el propio presidente. El mismo que, como se afanaron muchos socialistas en explicitar tras las autonómicas, fue quien lastró a Puig hasta la derrota. La política de Sánchez a nivel nacional, su ninguneo a la Comunitat y la pérdida de músculo de Compromís.
Ante esa realidad palpable, la pregunta que se le debe hacer a Morant es: ¿quién va a mandar en el PSPV? Su respuesta se puede intuir. Dirá que la militancia y que, en última instancia, ella y su equipo. Y, posiblemente, que lo de Madrid es un malmeter de sus contrincantes políticos y algunos medios. Pero claro, ante lo vivido, eso lo tendrá que demostrar. Y, sin dudarlo, todos deberíamos darle la oportunidad de que lo haga.
Nos parezca mejor o peor la forma en que ha llegado a ser la elegida, la ministra debe tener la oportunidad de demostrar que es la gran lideresa que necesita el PSPV y esta tierra. Y debe tener esa oportunidad porque, en realidad, es una cuestión de partido. Si el PSPV permite que sea así cómo se elige a su líder, debe ser respetado por todos. De hecho, que Morant fuera una exitosa alcaldesa de Gandía y que consiguiera formar parte del Gobierno de Sánchez demuestra su valía. Aunque cierto es también que, desde que está en la Moncloa, son más bien pocos los logros y defensa que ha hecho en pro de la Comunitat. O, al menos, pocos (o ninguno) ha trascendido. Seguro, eso sí, que siendo ya la cara visible del socialismo valenciano en el máximo órgano de poder, la cosa va a cambiar. Y Morant logrará que cuestiones como el agua, los problemas agrarios, el corredor mediterráneo, la infrafinanciación, Cercanías, el ninguneo del Museo de Bellas Artes... se vayan solventando con urgencia. Quién sabe, igual resulta que Carlos Mazón puede tener en ella a su mejor aliada en Madrid.
Ironías a un lado, de entrada, los ciudadanos deberíamos dedicarnos a observar, escuchar y esperar. Benjamin Ferenz, que fue uno de los últimos fiscales vivos de los juicios de Núremberg, mantenía en un libro publicado ya casi al final de su vida -'Hay cosas más importantes que salvar el mundo'-, que la verdad es algo muy valioso: «Sea cual sea la tuya, no des por sentado que la gente la conoce, la recuerda o es capaz de escucharla». A Morant le vamos a observar y a juzgar por el simple hecho de asumir el cargo de máxima responsabilidad del PSPV y por cómo ha llegado hasta él. Ella, posiblemente, tenga su verdad y mucho que decir. Y quizá lo primero que debe hacer es, precisamente, contarla con absoluta transparencia. Y debe hacerlo por su militancia y por los ciudadanos valencianos a los que se quiere dedicar en los próximos años. Porque, mientras no logre tener perfil propio, ser autónoma de Sánchez, su suerte estará siempre ligada a la del presidente. Y si en estos convulsos tiempos que vivimos, él cae -por muy resiliente que sea-, siempre podremos pensar que ella se irá detrás.
Es domingo, 4 de febrero. «Somos tan vanidosos que incluso nos importa la opinión de gente que no nos importa» (M. Von Ebner)
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