Ni oyen, ni escuchan, ni ven. Justo lo que tendrían que hacer muchos políticos. Porque antes de hablar, imaginar o reinterpretar la realidad deberían intentar ... hacer como los monos sabios que esculpió el artista japonés Hidari Jingorô en 1636. Es simple. Primero, callar cuando lo que digas no aporte nada o aporte más lodo al lodazal. Segundo, dejar de observar las cosas desde una perspectiva sesgada e interesada, desdeñando tener una mirada limpia en busca del beneficio general. Y tercero, renunciar a escuchar las cosas bajo el filtro particular de cada cual, quedándose sólo en la parte de las conversaciones que pueden reportar un interés propio. Algo que, en las tres aristas, sucede en nuestra política a diario y que hace que, los temas más sensibles para la sociedad, sean vapuleados y manoseados sin piedad. Y ocurre porque, más que reaccionar como los tres primates del santuario de Toshogu (al norte de Tokio), lo que el cuerpo le pide a nuestra clase política es, al contrario, leña al mono. Una situación absolutamente interiorizada hasta el extremo que, llegar a un pacto como el de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, se convierta en una gran noticia tras cinco años de enfrentamientos y dos de negociaciones.
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Es tan insólito como sonrojante. Porque, más allá del bloqueo que ha supuesto para nuestra Justicia, lo que demuestra en realidad es la incapacidad que ya copa toda la esfera política de poder dialogar, de buscar acercamientos y, en última instancia, de llegar a consensos pensando en el bien común y no en el particular de cada partido y de cada político. Renunciar, de hecho, a alcanzar grandes acuerdos, tiene consecuencias demoledoras no para ellos, sino para la ciudadanía. Y se ha visto en muchos aspectos: desde la tremenda descompensación financiera entre comunidades autónomas a la falta de unidad para afrontar la sanidad del país en su conjunto o la educación de nuestros hijos. Los grandes pactos que deberían ser obligatorios por raciocinio son, en realidad, sonoros fracasos de Estado.
Hace apenas una semana, este mismo periódico alcanzó una de las metas -aunque sigue la carrera- en la búsqueda de un gran acuerdo en beneficio del parque natural de la Albufera. Una iniciativa que confinó la confianza de parte de la sociedad valenciana y que hizo que los enfrentamientos entre instituciones acabaran, cuanto menos, cuestionados de manera pública. En el simposio que celebramos -y en el que se dio a conocer un manifiesto de buenas intenciones que iremos chequeando cada trimestre para ver el grado de cumplimiento-, aparecieron sobre el estrado y en boca de casi todos los dirigentes que participaron, palabras grandilocuentes como: diálogo, empatía, consenso... La realidad es que, diez días después, la sensación que quedó es que las aparentes buenas intenciones de todos ellos no iban a tener recorrido. Pues bien, el mero hecho de que el aporte de agua a la Albufera vaya a terminar en los tribunales es la constatación de esa sensación. Pese a la movilización espontánea de la ciudadanía y el empeño de muchos, sigue siendo una utopía que se sienten de una vez por todas a buscar juntos soluciones para frenar el deterioro del humedal. Aunque -que nadie lo dude-, el ánimo de seguir dando la batalla por conseguirlo, aunque sea a base de ruegos verbales y exaltaciones editoriales, no va a ceder. Porque así lo reclaman los valencianos y así nos sentimos obligados a hacerlo nosotros. Nuestra sociedad civil, extremadamente sensible con las cuestiones identitarias, ha enseñado los dientes de forma sutil y respetuosa y está empeñada en hacerles ver que el camino que están tomando es el de la irresponsabilidad y que con la Albufera no podemos jugar.
Fue incomprensible que la desaparecida Diana Morant, secretaria general del PSPV y líder, por tanto, del socialismo valenciano -a la que le deseo sinceramente una pronta recuperación-, no hiciera llegar un mínimo gesto ni tuviera empatía con esta reclamación de un pacto por el parque natural impulsado por este periódico y por muchos valencianos y valencianas. Ni tampoco es entendible el ninguneo de la vicepresidenta y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, con nuestro humedal y su absoluta frialdad con el tema, como apuntaba esta semana en un artículo la periodista Nuria Romeral. Puede ser que ambas ministras estuvieran mal asesoradas. Estoy seguro. Pero no es excusa. Aunque, tienen tiempo y ocasiones de revertirlo. Es tan fácil como apostar por propiciar el consenso sin artificios. Por visibilizar puntos de encuentro y demostrar que quieren de verdad nuestro corazón verde. Nos tendrán, los de un lado y los del otro -llámese Mazón, llámese Sánchez; sea Compromís o sea Vox-, de forma constante recordándoles que ese pacto es algo innegociable. Exigiéndoles que busquen unidos mejoras que garanticen la pervivencia del paraje natural.
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De hecho, la lucha por exigir pactos como éste, por buscar soluciones conjuntas desde todas las sensibilidades a los temas que acucian la ciudadanía, debe ser y será la principal bandera que enarbolemos. Porque, por el logro de esos consensos, pasa nuestro futuro. Pasaba con el CGPJ, pero también pasa ahora con la infrafinanciación, la escasez de agua, la situación de la factoría de Ford o Marie Claire, la renovación del Consell Valencià de Cultura (que ha perdido la contención y la esencia de su creación), de Antifraude, del Jurídic Consultiu, de la Sindicatura de Comptes... ¡El nuevo estadio del Valencia C.F.!
Si el político pierde el foco, ve sólo lo que él quiere y reinterpreta las cosas que escucha o le dicen sus acólitos a placer, su manera de actuar será absolutamente empobrecedora y dañina. A lo mejor, le resultará rentable -en el gobierno o en la oposición- a corto plazo en las urnas. Pero, a la larga, pasará factura a la sociedad a la que dirige y representa. Y, sobre todo, le pasará factura a él o ella que habrá hecho un cambalache de dignidad por poder. Un trueque de lealtad, de compromiso y de honorabilidad por un puñado de años en una poltrona que no le pertenece. Una poltrona que a tantos endiosa y que acabará, si no actúa como los monos sabios, deshumanizándolo y arrinconándole en la nada.
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Es domingo, 30 de junio. «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Hoy tocaba San Mateo.
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