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El partido de Abascal ha logrado, en unas semanas, tener un relevante protagonismo en todos los ámbitos valencianos. Para bien o para mal, está marcando pauta en el gobierno de la Comunitat y está siendo (y puede ser aún más) un tremendo escollo para la estabilidad del Cap i Casal. Para ambos marcos, a Vox se le debe pedir altura de miras. En especial, a nivel Valencia, donde la situación es compleja por su propia crisis interna. Los que están bajo el paraguas verde y los que han salido de él deben contribuir a esa estabilidad tan necesaria y en la que se implicaron cuando firmaron un pacto con el PP. La ruptura del partido, con la salida de dos concejales, es algo que Abascal debería solventar. O forzándoles a que dejen las actas, o integrándoles de nuevo bajo sus siglas con las premisas que consideren. Valencia no puede entrar en un jugueteo político en un tiempo tan crucial y delicado tras la dana. Catalá debe ser inflexible. Y unos y otros, también la oposición, deben priorizar siempre el interés de los valencianos. No hacerlo, es fraude. De un sorbo y sin azucarillo.
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