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El ya ex portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, se despidió el pasado miércoles desde la tribuna del hemiciclo interpelando directamente ... a los jóvenes: «Esto es mucho más que el ruido que escuchan y que ven en la televisión; les pido que no den la espalda a la política». El veterano nacionalista vasco, que siempre ha demostrado -desde sus postulados- que hay otra manera de hacer política, les recordó que, desde ella, «se pueden hacer muchas cosas por el bien común y les animo a que lo hagan, porque en eso consiste la democracia, en mojarse». Y es verdad que Esteban, que recibió un aplauso unánime de sus compañeros de hemiciclo, representa esa otra manera de ejercer la representatividad de sus votantes y, por tanto, del pueblo al que se deben. Al que les ha convertido en diputado, senador, concejal, alcalde, presidente de la Generalitat o del Gobierno. Representa esa manera de ejercer la política que puede llegar a despertar admiración, aunque no coincidas lo más mínimo en las ideas y los objetivos que defiende. Porque, cuando uno ejerce la libertad de expresión, la defensa de sus ideales, la crítica a quien está en contra de su ideología y el debate desde las buenas formas y con ánimo constructivo, merece el aplauso y el reconocimiento. Lo mismo que merece lo contrario cuando, lo que se ejerce es la política desde el barro, desde las formas agresivas y esperpénticas, desde el egoísmo y el interés personal, desde el insulto y la falta de respeto, desde el ataque y la destrucción, desde la inmoralidad e incluso la corrupción, desde el desprecio a las instituciones y el fraude a sus votantes. Esa otra política que Esteban llama «ruido» pero que es, para desgracia de nuestro país y también de nuestra Comunitat, la que parece haber descabalgado en nuestra realidad y contaminado todas las instituciones. Desde el Congreso hasta Les Corts. Una política tóxica, en la que los máximos dirigentes de cada partido parecen instalarse bajo la piel de Clint Eastwood en Harry El Sucio, para acribillar al contrario de la forma más dañina, sin respeto ninguno y sin pensar en lo que es fundamental: la ciudadanía a la que representan, en toda su diversidad ideológica y territorial. Deberían reflexionar, de hecho, si la política que están ejercitando es la que realmente le reclaman sus votantes y la que necesita nuestro territorio. Y ya les podemos responder, porque es obvio, que no. Que los valencianos, por ejemplo, no nos alineamos con unos políticos que se suben al estrado de Les Corts valencianes, el mismo día en el que Aitor Esteban incitaba a los jóvenes a ser servidores públicos, para atacarse unos a otros con términos como: payaso, mentiroso, peligro público, nauseabundo, ninot, 'a fer la ma', vomitivo, miserable, indecente... Todo un combinado de improperios acompañado de formas, gritos y ademanes nada edificantes. Más bien chuscos, barriobajeros y condenables. Y no crea que fue la peor sesión de control; porque hemos vivido antológicas. Y hemos escuchado declaraciones y formas de hacer política, fuera de la cámara, que sólo nos pueden sonrojar. Por lo indecente. A veces, incluso, por crueles e inhumanas. Aquí, en Valencia, pero también en Madrid. Y quizá, en toda España. Incluso, existe la percepción de que es la manera de ejercer la política de forma global. Como demuestra a diario un desatado presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Es el ejercicio de la política desde la indignidad. Basado en una defensa de la ideología y los postulados desde el totalitarismo, quizá más pensando en aferrarse al poder que en defender al pueblo que representan. Una política en la que, el contrario es un traidor. Y en la que se puede llamar con naturalidad «asesino» o «criminal» al presidente Carlos Mazón sin darse cuenta de que, con esa acusación y con ese lenguaje, se están superando todas las líneas rojas; o perder la decencia y llamar a la ministra Diana Morant «caniche de Gandia» y a la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, «ratonera de Valencia». Un tremendo circo, entre el esperpento y lo desagradable, lo decepcionante e inmoral, que hace que se quiebre cada vez más la confianza que la ciudadanía tiene con quienes les representan y que se ahonde en el desprestigio. Un viaje a toda velocidad hacia la retórica de la propaganda totalitaria que, recuerda Gilles Lipovetsky en su libro 'Gustar y emocionar', se estructura en «un registro lexical violento, despectivo, insultante, destinado a provocar desprecio y el odio del adversario». Justo lo que estamos viviendo a nivel local y global.
En ese contexto, lograr consensos, que los rivales políticos se aúnen cuando el interés general está por encima de todo, se hace tremendamente difícil. Lo vemos en el panorama nacional, ahora mismo con el debate de la inversión en Defensa; pero lo sufrimos en la Comunitat, donde la crispación y el desencuentro tras la dana se ha disparado y ha hecho que lograr la unidad a favor de la reconstrucción -algo que sería obligatorio- sea pura utopía. En medio de esa coyuntura, que los alcaldes de los municipios ribereños de la Albufera, se aúnen -como hoy contamos en el periódico- para pedir una acción conjunta para recuperar y salvar nuestro lago, tiene un mérito increíble. Y es algo que hay que agradecerles. Es el lago, una vez más, una buena oportunidad para unir a unos y a otros, para ir de la mano pese a las diferencias. Para que ayuntamientos, Generalitat, Gobierno central y UE, demuestren que están con aquellos que representan. Ese pueblo que, tras la dana, necesita ver unidad. Otra forma de hacer política. Política desde la dignidad, para recuperar, ellos y nuestro territorio, el prestigio perdido. Unidad para que, en la lámina de agua de la Albufera, se refleje que, con la generosidad de unos y otros, es posible conseguir levantarnos. El lago como metáfora de la política y la sociedad que queremos. Unida y avanzando juntos. Sin más interés que el general. Esa forma de hacer que Aitor Esteban decía a los jóvenes que es a la que vale la pena sumarse. Sin ruido ni fango. Construyendo la democracia, incluso, desde la orilla de la Albufera.
Es domingo, 30 de marzo. En medio de la crispación, LAS PROVINCIAS vuelve a pedir un pacto por nuestro corazón verde. Usted también puede sumarse a este grito por la unidad. No es sólo la Albufera. Es más. Es una forma de actuar.
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