La juventud es fugaz. Lo decía Horacio. Y es cierto. Pasa veloz, como la vida. Pero ese periodo de nuestra existencia es clave para marcar ... los cimientos del futuro de cada cual y de su entorno. De su familia, ciudad o país. Aunque, también es verdad, el azar y sus circunstancias acabarán rematando el trabajo: colocarán a cada cual en un tramo de los múltiples caminos que se nos presentan en nuestra trayectoria vital. Lo importante es dar facilidades a la fortuna para que la senda elegida sea la que queremos. Eso se logra con esfuerzo, ciertas dosis de pasión y mucha ilusión. Y hasta con sueños. Eso y que te echen una mano los que caminan contigo: tus padres, educadores, quienes toman las decisiones políticas o quienes tienen el poder económico.

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Que un país sea o no para jóvenes depende de todos. Depende de 'nosotros', en el sentido más amplio de la palabra. Cuando ese 'nosotros' falla, entonces estamos empujando hacia el fracaso a ellos y a nuestra sociedad. Porque, sin una juventud emprendedora, vibrante, creativa, luchadora, entusiasta... la sociedad en general sólo puede que languidecer. Asomarse al abismo. Como ya pasa, en pequeña escala, en pueblos donde dejaron de nacer niños, donde los jóvenes se fueron y donde las oportunidades murieron. Pueblos condenados a la cruda realidad de la despoblación, a la pobreza y al letargo.

Cuando ese 'nosotros' les falla, el joven investigador que no tiene ayudas para seguir trabajando se marcha a cualquier universidad europea que le abra las puertas; la joven formada que no encuentra trabajo, huye a Australia en busca de una certidumbre que aquí no le dan; el chaval que creció en una familia desestructurada y no recibe ayudas, se ve empujado hacia la marginalidad; la adolescente que soñó con viajar a España para lograr un empleo digno acaba en manos de mafias de la prostitución.

Cuando ese 'nosotros' les falla, cuando el país en el que viven les sepulta en la opresión o las guerras, ellos huyen y embarcan su vida en un cayuco sin tener certeza de si llegarán a la costa mediterránea. Si lo hacen, tras ello, deambularán por las calles buscando una oportunidad, se colarán en furgonetas de madrugada para ir a recoger naranja, vivirán en bajos comerciales convertidos en viviendas donde se apiñarán con otros inmigrantes con el beneplácito general y sobrevivirán de las pocas oportunidades que les de la ciudad que les acoja.

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Las decisiones que, una o un joven adopta cuando cruza la frontera de los dieciocho años, le empezarán a marcar su periplo existencial y a dibujar las primeras metas que vaya a poder alcanzar. O no. Porque la suya, su vida, como la de cualquiera, estará repleta de éxitos y de fracasos. Pero, de lo que ellos hagan -de su manera de afrontar sus días- y de lo que les facilitemos el camino -nosotros, a los que antes nuestros padres ya nos desbrozaron la travesía-, dependerá que esa juventud logre los frutos anhelados. Para ellos, como protagonistas activos del mañana, y para nosotros, como actores principales del presente, será imprescindible asumir que esto va de derechos y deberes generalizados. Porque ser joven hoy debe suponer implicarse con su actitud y su forma de actuar con la sociedad que les acoge. Debe suponer asumir que su futuro se construye con su trabajo y con sus sacrificios. Y que sólo, asimilando su papel activo en la sociedad -responsabilizándose con ella y actuando como parte de ella- logrará progresar hacia sus metas y ayudará a crear un futuro mejor para todos.

Pero al tiempo, nosotros, como padres, educadores o legisladores, no les podemos dar la espalda. Debemos comprender sus inquietudes, sus necesidades, sus limitaciones... Debemos plantearnos por qué vivimos en la era de la incomunicación con nuestros hijos, por qué las enfermedades asociadas a la salud mental crecen de manera imparable entre los adolescentes, por qué existe una desafección absoluta con ciertas formas de hacer política que les abocan a los extremos y la radicalidad... Nuestro trabajo no debe ser, sólo, luchar por solucionar los sinsabores del día a día o nuestras urgencias egocéntricas. Nuestro mejor objetivo es luchar por dejar, a quienes nos van a tomar el relevo en esta vida, un mundo mejor. En todos los ámbitos. Garantizarles una buena formación y sistema educativo -en todos los niveles, más allá del debate del valenciano-; salidas laborales dignas -que les de autonomía-; posibilidades de emancipación y de vivienda -no sólo con promesas-; un planeta sostenible en lo económico, ecológico y social; opciones de ocio y cultura enriquecedoras, y un sinfín de valores que les alejen del egoísmo y el individualismo, de la bronca y el enfrentamiento... Principios a los que, sólo les haremos llegar, predicando con el ejemplo.

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El diálogo, la solidaridad, el esfuerzo, la ilusión... son ideales que no pueden caer en el olvido, porque son el mejor legado que les podemos dejar. No puede sepultarse un valor como el consenso con una forma de hacer política en la que todo es descalificación; no podemos batallar por levantar fronteras -soberanías de otros tiempos- en un mundo que se encoge y en el que nuestra juventud vive más allá de las banderas; no podemos permitir, cuando necesitamos fraternidad, que la guerra sea el hábitat en el que se críe nuestra juventud.

El juramento de la Constitución por parte de la princesa Leonor nos puso ante el espejo. Un espejo calidoscópico en el que observamos los miles de jóvenes que se esconden detrás de esos anhelados dieciocho. Una juventud diversa, universal y viva donde cada joven es un mundo: con su personalidad e impronta, sus defectos y dones, su entorno social y familiar. Pero una juventud que, a su vez, esconde un estallido de vida en el que se entremezcla la virtud de tener en sus manos el futuro y la condena de que, quienes les hemos precedido, vivimos en una realidad trepidante que les arrincona. Leonor sólo es el pretexto para reivindicarles. La excusa para recordar que están ahí. Plurales y únicos. Príncipes o marginados. Brillantes o hastiados. Creativos o ausentes. Triunfadores o con sentimiento de vencidos. Nuestro futuro son ellos y están pidiendo oportunidades reales. Más allá de estar en la partida de un presupuesto, deben perpetuarse en la agenda de nuestros días. Sin ellos no hay porvenir y todo lo demás es estéril.

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Es domingo, 5 de noviembre. Ante una semana clave, esto del 'Diccionario del Diablo' (1906) de Ambrose Bierce. «Amnistía: Manifestación de magnanimidad estatal en favor de los delincuentes cuyo castigo resultaría muy oneroso».

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