

Secciones
Servicios
Destacamos
El último salto de Ximo Puig en la política hace pensar que va a ser el definitivo: embajador de España ante la OCDE. El retiro ... dorado (quizá soñado) para alguien que quiso ser periodista pero terminó engullido por una espiral política de la que ya ni pudo ni quiso salir. Porque, probablemente, la erótica del poder le atrapó y le cegó hasta no ver más allá de ella. De hecho, siempre supo jugar sus cartas. Porque aunque perdió en 2015, la aritmética y la suerte le sonrieron y le colocaron en el Palau; y cuando la cosa fue a peor, siguió jugando a lo grande y logró un billete a París, donde ya cuenta con una envidiable plataforma social y un bienestar económico, que eso también cuenta.
Puig, que ayer recibió el aplauso y el cariño de los suyos en su Morella, ha sabido ser un buen estratega político de principio a fin. Sibilino y formal, supo hacer equipo -aunque no siempre todos le han beneficiado- y lo cuidó, premiándoles al final con salidas honrosas por su fidelidad. Cambalaches estéticamente cuestionables pero que, hay que reconocerle, demuestran que es alguien que no ha fallado a quien le ha acompañado en su dilatada travesía política. O al menos, a los que han estado en el último tramo de la aventura, porque otros quedaron por el camino, fulminados u olvidados.
La letra pequeña de su legado, en todo caso, arroja: primero, luces y sombras a la hora de hablar de la gestión al frente del Consell; segundo, buenas formas y talante exquisito en el trato personal, y tercero, dudas sobre qué pasará en el PSPV tras renunciar -como debía ser- a la primera línea del partido y dar el relevo a una Diana Morant que aún no ha estrenado cargo y ya genera dudas (generalizadas) entre los suyos y los que no.
Primero -decía-, luces pero también dudas sobre su gestión. Ocho años a la sombra de un Botánico que, según las evidencias que va desgranando ahora el gobierno de Carlos Mazón, ha dejado una herencia marcada por el caos en el sector público, por la quiebra contable, por los pocos avances en temas como la infrafinanciación o el déficit de agua, o por los preocupantes atrasos de 150.000 mamografías o en la tramitación de la dependencia. Cuestiones que, si son como el Consell actual mantiene, deberían denunciarse en los juzgados (y no sólo en los medios de comunicación).
Una gestión que denota que existía una descoordinación y falta de proyección que asfixiaba al Consell. Y, junto a ello, una profunda crispación interna -insoportable a momentos- que chocaba con esa otra cara del legado de Puig: sus formas. Su talante. El segundo aspecto a destacar de sus días en el Palau. Porque, en realidad, lo mejor de su etapa en la calle Caballeros ha sido que siempre intentó impregnar su gobierno de buen talante, rebajar crispaciones y transmitir serenidad. Todo ello, eso sí, de puertas afuera del Consell; porque el gallinero -insisto- estaba dentro y llegó a ser trepidante. Aquel «o aportas o te apartas» de Gabriela Bravo a Mónica Oltra fue memorable.
Puig ha sabido ser un caballero de la política con sus interlocutores. Y así lo han reconocido -y lo siguen haciendo en privado- reputados representantes del mundo empresarial y social. Quizá por eso, el traje de diplomático le vaya bien. Aunque sea discutible si es quien lo debe ostentar. Si una embajada se debe otorgar a cambio de prebendas políticas o debería quedar en quien, de verdad, se ha preparado para ejercer la diplomacia como profesión. Aunque esa es una vieja discusión que trasciende a Puig y que algún día se debería abordar, tras sonados precedentes como el de Carmen Montón y tantos más.
La tercera y última consideración que deja la marcha de expresidente son las dudas que abre su relevo. Porque su adiós, pactado a cambio de un puñado de recolocaciones y la llegada de Morant, se produce bajo el control total de Pedro Sánchez, justo en un momento en el que estar atado a su forma de hacer política y a su gobierno produce inestabilidad y supone potentes hipotecas. El presidente de la nación se va adentrando en una travesía incierta marcada por la amnistía y el caso de las mascarillas y plagada de citas electorales que pueden ser una vertiginosa montaña rusa de glorias o fracasos para él y los suyos. Una travesía atada al capricho de partidos independentistas como Junts, que jugueteará con él (y con este país) hasta que decidan dinamitar la legislatura cuando les convenga.
En la Comunitat, Puig le suma más a Morant que Sánchez. De hecho, sólo podía llegar a ser la secretaria general del PSPV con sus cesiones. Pero el problema de la ministra es que, aunque llega con el apoyo del clan del de Morella, su padrino está en la convulsa Moncloa. Y lo que ocurrirá en los próximos cuatro años es absolutamente incierto a día de hoy. Incierto e, incluso, inquietante. Porque, con sólo unos meses de legislatura, ya hemos visto lo difícil que va a ser gobernar con unos socios adictos al chantaje y una oposición totalmente armada. No sólo del Partido Popular, que encontró en las elecciones gallegas la bombona de oxígeno que necesitaba Alberto NúñezFeijóo; sino también de todo el poder regional -incluido el que representa Emiliano García-Page-.
El presidente dice que él tiene todo el tiempo del mundo. Que Morant siga todo ese tiempo íntimamente ligada a un gobierno que va a ser cuestionado día sí y día también, le va a suponer un desgaste del que será difícil salir airosa para enfrentarse a un Mazón que, por contra, va cogiendo cuerpo con el tiempo. Y seguirá en ello.
Es domingo, 10 de marzo. Puig, como si su tiempo fuera una falla, quema una etapa de su vida. Aunque el pasado y su lastre, pasado y lastre es. Para lo bueno y lo malo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Santander, capital de tejedoras
El Diario Montañés
Los ríos Adaja y Cega, en nivel rojo a su paso por Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.