

Secciones
Servicios
Destacamos
Hay un dicho popular que dice: «cuando no llueve en febrero, no hay buen prado ni centeno». El problema, más allá del refranero, llega cuando ... no llueve, de forma encadenada, mes tras mes, dando paso a la siempre temida sequía. Esa que ha comenzado a encender luces rojas por todo el país. En especial, por Cataluña y Andalucía. Pero podría ser en Galicia o el País Vasco. O la Comunitat, donde sabemos bien qué es vivir bajo la losa de la falta de agua.
La irrupción de la sequía, que sólo los caprichos del clima puede paliar de verdad, nos ha vuelto a poner ante el espejo de una realidad incontestable. Y es que este planeta –hablando en escala global- y cada uno de sus ciudadanos –a nivel personal–, estamos jugando con el clima desde hace décadas. Tanto que, durante muchos años, hemos ignorado cómo nuestra forma de vida –prioritariamente en Occidente– está afectando a eso que se llama sobrecalentamiento. Y que esa realidad palpable, la hemos convertido en algo ideológico y, a su vez, en arma arrojadiza para la división y la confrontación. Haciendo que, de nuevo, demostremos que los humanos tenemos una innata tendencia hacia la autodestrucción. Y, en vez de dar prioridad al interés general, apostamos por la polarización, por el beneficio personal y por la búsqueda de poder.
Aspectos como la sequía han sido un claro elemento de confrontación política en nuestro país en los últimos años. Tanto que, en vez de preocuparnos por las soluciones a lo que, parece evidente, va a ocurrir –la escasez de agua va a ir a más– hemos ido dilatando la puesta en marcha de verdaderos diques de contención al problema para colocar parches de urgencias y para utilizar la adversidad como arma ideológica. Hemos visto, por ejemplo, cómo se ha puesto en crisis el principio básico de la solidaridad a la hora de afrontar problemas hídricos. Y eso ha implicado fracturas internas entre autonomías. Y lo hemos visto y sufrido, reiteradamente, en nuestra tierra.
Cuestionarse ahora si la Comunitat debe facilitar el envío de agua desalada a Cataluña es una verdadera aberración. Porque evidentemente que se debe hacer. Como debe pasar cuando a nosotros se nos encienden o encenderán las luces rojas, respecto a otras regiones. Pero, además, igual de aberración es que no se haya conseguido llegar a un pacto de estado inquebrantable que siente las bases de esa solidaridad entre territorios de un bien que, por cierto, no es de nadie. Es de todos. Un verdadero Plan Hidrológico, asentado sobre las bases del raciocinio y no de la política, diseñado por técnicos desde todas las perspectivas y que se ponga en funcionamiento de forma inmediata. Y, además, activando de forma urgente todo el catálogo de infraestructuras necesario para poder afrontar un nuevo tiempo de clima extremo. Y hacerlo teniendo en cuenta las necesidades de desarrollo económico de cada territorio. Con variables como el turismo, la agricultura o la ganadería, que marcan la urgencia hídrica de cada lugar.
La sequía, que afecta a nuestros vecinos a día de hoy, pero podría azotarnos a nosotros de lleno en breve, sólo nos hace ver que no hemos hecho, de nuevo, los deberes. Que, por ejemplo, según las apreciaciones de la Cámara de Contratistas, en nuestra región lastramos la ejecución de una docena de infraestructuras básicas frente al déficit hídrico que supondría cerca de 700 millones. Inversión fuerte, sí; pero necesaria. Más si paramos a pensar que, por ejemplo, el envío de barcos con agua en Cataluña durante la sequía de 2008 supuso un coste de 280.000 euros cada viaje. En total, 17,1 millones de euros, porque se tuvo que rescindir el contrato (como contaba 'La Vanguardia' esta semana). El absurdo es no ponernos a trabajar en ello. En la construcción de presas, canalizaciones o infraestructuras en general que permitan afrontar un problema grave. Y no hacerlo porque son proyectos tan de largo recorrido que no tiene provecho inmediato cara a un electorado. El gobierno de Carlos Mazón –sensible en este aspecto, porque sabe muy bien de qué hablamos– debería, más allá de los foros del agua, abanderar e impulsar una activación real de un plan contra la sequía, más allá de las fronteras autonómicas. Y el gobierno de Pedro Sánchez tendría que anteponer la llegada de ese consenso demostrando que, por encima de ideologías, está el bien común.
La presidenta de la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos, Mari Cruz Díaz, aludía en un artículo en 'El País' a la 'Crònica del capellá d'Alfons el Magnànim'. En ella, con fecha del 31 de octubre de 1455, la autoridad municipal del momento en Valencia pedía a sus vecinos que acudieran en procesión por la sequía que padecía la ciudad: «muchos ríos se han secado», «muchos sitios no tienen agua para beber» y «la Albufera de Valencia se ha secado por completo y no quedan peces». La cita literaria demuestra que los ciclos de sequía vienen de lejos. La diferencia es que ahora, más allá de las adversidades puntuales, nos estamos adentrando en una era en la que, lo que parecía algo puntual y reiterativo en el tiempo, se está convirtiendo en habitual, cada vez más frecuente y de forma más agresiva. Fenómenos climáticos acompañados de episodios extremos, con temperaturas insólitas y con la desertificación extendiéndose como una pandemia por todo el territorio. Un tiempo incierto en el que lo que menos necesitamos son batallas políticas y mala gestión.
Es domingo, 11 de febrero. En medio de alertas por sequía y sabiendo las consecuencias que ello tiene en el monte, ¿estamos ya trabajando para evitar un año de incendios demoledores?
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los ríos Adaja y Cega, en nivel rojo a su paso por Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.