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Valencia está protagonizando un fenómeno a analizar. El colapso que vive el viejo cauce del río y sus instalaciones deportivas por parte de aquellos que ... salen (salimos) a todas horas a correr está propiciando momentos impactantes. Quien realice esa misma rutina desde hace años, se puede dar cuenta de cómo la práctica de este deporte está alcanzando cuotas insólitas. Se nota de forma más palpable estas últimas semanas, porque muchos de esos corredores con los que se cruza -ya sea a las seis de la mañana, ya sea a las nueve de la noche- están en pleno proceso de preparación para afrontar el maratón de Valencia el próximo 1 de diciembre. O para la propia media maratón que hoy ha tomado la ciudad. Dos pruebas deportivas, bajo el sello de la Fundación Trinidad Alfonso, que han pasado a ser obligatorias en el calendario del runner valenciano. Bueno, para el valenciano pero también para quien no lo es. Porque la llegada a la ciudad de atletas para correr estas dos pruebas ha ido aumentando al nivel que, por ejemplo, el año pasado la cita con los 42,2 kilómetros contaba con la mitad de participantes extranjeros. Lo mismo, con la media maratón. De hecho, ambas, han roto una y otra vez el techo de participantes.
Estamos -los datos lo atestiguan-, ante una tendencia al alza de esta disciplina deportiva que transciende a la ciudad. Un estallido global. La media maratón de Copenhague vendió todos sus dorsales en pocas horas esta misma semana. La de Barcelona, hace unos días, superó los 30.000 participantes. La particularidad de Valencia, sin embargo, es que la ciudad vive este deporte con una especial intensidad porque, al margen del atractivo de las grandes pruebas y de las múltiples carreras populares, existen condicionantes para que así sea: el clima (casi siempre primaveral), la amabilidad de los recorridos -al nivel del mar y muy rápidos-, la propia singularidad del viejo cauce y el hecho de contar con entidades dispuestas a potenciar y respaldar este deporte.
Un fenómeno social, cuyas implicaciones están todavía por estudiar bien, que parece estar empeñado en calar para tiempo. Entre otras cosas, porque practicar el running no conoce de edad -algo que sí que te acota otros deportes-. Incluso, al contrario, algunos expertos apuntan a que hay distancias de fondo que suelen ser más propicias para deportistas maduros. Algo que anima a su práctica a esa grandísima bolsa demográfica derivada de lo que conocemos como el baby boom: deportistas entre los cuarenta y mucho y los sesenta años que se lanzan en masa a intentar mejorar su calidad de vida y su tiempo de ocio practicando esta disciplina. Y lo hacen porque su situación física y personal les permite entrenarlo con un coste económico y un desgaste físico absolutamente asumibles.
Como consecuencia de ello, el boom runner tiene importantes implicaciones a varios niveles. Por un lado, practicarlo con cabeza conlleva mejoras en la salud: bienestar físico e incluso psicológico. Algo que a la larga generará, por tanto, un beneficio en el gasto sanitario de la Comunitat. Es lógico. Lo mismo que es un perjuicio el consumo de tabaco, alcohol u otras drogas; hacer deporte es un beneficio. Y es una práctica disuasoria, precisamente, del consumo de sustancias nocivas entre los más jóvenes.
Pero, además, desde el punto de vista más materialista, tiene un relevante impacto económico. Observamos varias capas. De entrada, una primera línea de negocio alrededor de las carreras populares, los clubs y escuelas de atletismo, los fisioterapeutas.... En un estrato superior, está el retorno de las pruebas reinas, donde toca hablar de datos espectaculares. Según un estudio del IVIE sobre el Maratón de Valencia de 2023, encargado por la Fundación Trinidad Alfonso, sólo este evento logró que, por cada euro gastado en la organización, se generara cinco más a través del gasto turístico. Los participantes y sus acompañantes de fuera de Valencia dejaron 31.269.356 euros. Dato que demuestra que este tipo de grandes eventos puede traer importantes beneficios a la ciudad y región, más allá de la imponente repercusión exterior de nuestra marca como ciudad.
Ello demuestra que la apuesta por esa línea de acontecimientos deportivos pueden ser una caja de oportunidades. Como vivimos cada año con la prueba de motociclismo en Cheste, que según el director del circuito, Nicolás Collado, tiene un impacto de 45 millones. Lo mismo puede ocurrir si se logra traer una nueva edición de la Copa América, la final de la Copa Davis o, por ejemplo, un campeonato de Europa de Atletismo. Son, en efecto, oportunidades de desarrollo, siempre y cuando se den unas premisas fundamentales. Una, que a la hora de embarcarse en esos proyectos vayan todos de la mano -políticamente también-. Dos, que el proceso de organización y desarrollo se produzca con absoluta transparencia desde el inicio. Y tres, que la capilaridad y disfrute del mismo llegue al máximo de la ciudadanía. Nada de pelotazos ni facilidades a las corruptelas. Organizar todo esto sólo tiene sentido si llega al gran público y beneficia a la mayoría. Si no es así, si va a ser otro foco de conflicto -fango también en el deporte-, mejor seguir centrándonos en lo que nunca debe dejar de ser lo prioritario: que te hagan una colonoscopia cuando toca; que las aulas de tus hijos estén acondicionadas; que las palmeras se poden evitando nidos de ratas, o que el autobús deje de pasar con el cartel de completo, también el fin de semana.
Es domingo, 27 de octubre. Cambiando de tercio -o no tanto-, esta reflexión que dejó el Papa Francisco esta semana: «En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón». ¿Poético? Al contrario. Urgente por realista. Mirar al corazón, no desde el punto de vista de la salud (amigo runner), sino humano.
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