La 'Araña infernal' y los silbatos protagonizan un disparo de lo más original
María José Catalá. Ilustración: Iván Mata

Valencia, por encima de todo y de todos

Catalá tiene mimbres para llevar muy lejos a la ciudad; debe trabajar con humildad y desterrar los sectarismos

Jesús Trelis

Valencia

Sábado, 3 de junio 2023, 23:54

Han pasado siete días desde que los valencianos decidieran que María José Catalá debe ser quien pilote el futuro de su ciudad. La elección tiene ... un carrusel de consecuencias inmediatas. Primera, que la historia de Joan Ribó como alcalde -con sus aciertos y no pocas desdichas- ha sido finiquitada. Segunda, que Sandra Gómez, en su nueva oportunidad para acceder a la alcaldía, no ha podido cumplir su objetivo pese a su entrega e ímpetu durante la campaña y mientras gobernó. Tercera, que la aventura personal de Fernando Giner como concejal, se difumina lastrado por la hecatombe del partido que le trajo a la política. Cuarta, que el mismo Vox, que pasó desapercibido con sus dos concejales el último mandato, aparece en la escena con fuerza suficiente como para ser considerado en el día a día municipal. Y quinta, que la líder de los populares en Valencia tiene una mayoría suficiente como para desarrollar su labor sin grandes ataduras y con un respaldo ciudadano muy sólido. Algo que le permitirá trabajar sin el tira y afloja vivido en los últimos dos mandatos entre los socios del gobierno del Rialto. Y algo que le facilitará, además, devolver al Cap i Casal su potente fuerza institucional, que el nuevo jefe de la oposición no supo o no quiso desempeñar. Porque Ribó se resistió a ser el alcalde de todos y en todo momento. Ser alcalde cuando se celebra el Corpus, llegan los Reyes Magos, se entregan los premios Michelin, se juega la semifinal de la Copa Davis, se le invita a un debate...

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Nunca se dio cuenta -o, insisto, no quiso y nadie de los suyos se lo recriminó- que era quien nos representaba a todos. Y todos, somos todos. Un error que Catalá -hay motivos para confiar que sea así- no cometerá. Entre otras cosas, porque su propio talante y lo que ha vivido en política le llevarán a no hacerlo. Aunque esa vivencia personal le debe servir, también, para darse cuenta de que, pese a que atesora una sólida mayoría a sus espaldas, también representa a ese 45% de valencianos que el 28M votó por las alternativas de la izquierda.

La nueva alcaldesa deberá, no puede titubear con ello, gobernar para todos. Y hacerlo sin caer en lo visceral, como ha ocurrido con el alcalde ahora en funciones no en pocas ocasiones. Aunque, hay que intentar comprenderlo, Ribó se limitó a hacer lo que consideraba bien para él y los suyos. E incluso, sería falaz no reconocerlo, lo ha hecho con aciertos. Que los ha habido. Suyos y de algunos de sus concejales. Por ejemplo, de Sergi Campillo o Pere Fuset. O, especialmente, de sus socios de gobierno, como el trabajo desempeñado por el malogrado Ramón Vilar, Pilar Bernabé (en su momento), Elisa Valía, Borja Sanjuán o la propia Sandra Gómez. La mejora de la Albufera, la peatonalización de varias plazas de la ciudad -cuando no ha sido improvisada-, la futura capitalidad verde o el saneamiento de las cuentas municipales son algunos de esos aspectos positivos.

Se han hecho cosas bien aunque, eso sí, los deméritos han acabado pesando más. Porque la ejecución de algunas políticas tremendamente ideológicas han calado en la ciudadanía. Aunque ahora, muchos, quieran ponerse la venda en los ojos evitando hacer autocrítica y limitándose a achacar su derrota a Pedro Sánchez y a conspiraciones mediáticas. La absolutamente errática política de movilidad, la suciedad de la ciudad, los problemas de inseguridad en los barrios, los planes urbanísticos estancados o el atasco burocrático en la tramitación de licencias, son algunos ejemplos. Eso y la falta de un plan sólido para asumir el nuevo tiempo de Valencia como ciudad turística, y de un verdadero proyecto para el futuro de La Marina como área de disfrute de toda la ciudadanía, y de una apuesta cultural ambiciosa que convierta la ciudad en un referente en el arco mediterráneo.

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Todo ello es ya el pasado. Ahora a Catalá le toca ponerse a trabajar de inmediato porque, ni Valencia ni los valencianos, tienen tiempo que perder. La futura alcaldesa tiene ante si una maravillosa ciudad, única en España y con unas posibilidades extraordinarias, para convertirla en una urbe de referencia en toda Europa. Una ciudad con ambición que crezca sin traicionar sus esencias; que sea referente económico, con aspiraciones a alcanzar el pleno empleo y sin olvidar que debe salvaguardar la calidad de vida de sus ciudadanos; que acoja eventos de prestigio, pero con vocación de perdurar y que sean rentables y coherentes con la fisonomía de la ciudad; que ofrezca a sus mayores y a sus jóvenes los espacios que le garanticen su bienestar; que sea modelo de sostenibilidad, diversidad, solidaridad...

Catalá cuenta con todos los mimbres para lograrlo. Y tiene un buen equipo, asentado en estos últimos cuatro años, para alcanzar todos esos objetivos. Aunque, eso sí, no debe permitir que, entre los suyos, la euforia se convierta en arrogancia; que se pueda caer en errores pasados, llevando a algunos a creerse el centro del universo; que la espuma suba tanto que se acabe desparramando. Ella sabe cómo frenarlo, porque ha transitado por muchas etapas en la vida política, siempre con un protagonismo evidente. Esa es su mejor escuela para ser ahora la alcaldesa de una grandísima urbe. Es cuestión de liderazgo. De ser generosa con quienes le pasan el testigo; firme en sus decisiones; clara y transparente en sus medidas; coherente con su ideario, pero sin caer en lo sectario. Y hacer todo ello, intentando que siempre impere la razón, la eficacia y el interés general. En definitiva, ser humilde y leal con la ciudad a la que, desde ahora, representa.

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La nueva alcaldesa tiene la fuerza y la capacidad para llevar a Valencia lejos, sin que la ciudad deje de ser lo que siempre fue, pero preparándola para lo que deberá ser mañana. Una vibrante y lúcida aldea cosmopolita, emprendedora, plural y amable a orillas del mar Mediterráneo.

Es domingo, 4 de junio. 'Bajo los fuegos de fugaces colores' es el título de un poema de Antonio Gala. En él, se lee: «En tus ojos yo veo el frío ardor, / artificial y efímero / de los castillos que veloces surgen / y veloces se extinguen». En definitiva, la vida. También en la política, donde a algunos les cuesta ver que su castillo ya no existe. Quizá, porque no asimilan que se ha difuminado ante ellos. Quizá, porque les ha metido en otra batalla electoral sin darles tiempo a recomponerse. El problema es que toda muerte requiere un duelo: reflexionar sobre qué ha pasado, asumir el fracaso y volver a comenzar. No hacerlo implica seguir cayendo por el mismo abismo.

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