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Y Valencia se llenó de tristeza
Plaza redonda

Y Valencia se llenó de tristeza

Es momento para el duelo, para pedir respuestas a lo sucedido, para desterrar el olvido y para dar gracias

Jesús Trelis

Valencia

Domingo, 25 de febrero 2024, 00:18

Llevo todo el día triste, con un nudo en el estómago», dijo la madre. «Yo también. He visto en la tele a mi profesor diciendo que lo ha perdido todo», le respondió su hija que, tras un instante de silencio denso, sentenció con un sentido: «pobrecito».

La conversación se produjo en una casa. En mi casa. En la esquina de la cocina, que es donde fluyen las confidencias del hogar. Ese hogar que un centenar de familias perdió la tarde del jueves, cuando un edificio de dos torres se convirtió en una antorcha y fulminó cruelmente diez vidas. Escuché, de hecho, ese diálogo en nuestra cocina tras casi dos días de trabajo trepidante, tenso e intenso, en el periódico. Casi dos días en los que, una profunda conmoción y amargura, se cruzaron con la esencia de lo que es nuestra profesión: informar. Hacer periodismo en tiempo de tristeza intentando que los sentimientos no nos alejen del que debe ser nuestro objetivo en esos instantes: ser un canal veraz y fluido de información y servicio para todos los lectores. Y hacerlo, intentando contribuir a afrontar una tremenda situación de 'shock' colectivo. Como tantos otros, cada uno en su ámbito -médicos, policías, bomberos, militares, comerciantes...-. Afrontar un trágico suceso, otra vez de dimensiones terribles y otra vez en Valencia. Un brutal e indomable incendio que, convertido en cortina de humo, rompió el alma de la ciudad y nos sumió a todos: primero, en el horror; luego, en el dolor, y, más tarde, en la tristeza. Hoy seguimos de duelo y sólo el tiempo lo aliviará.

Días de dolor. El trágico final de quienes perdieron la vida en el incendio de Campanar sólo nos puede conducir hacia la amargura. De hecho, la imaginación -incontrolable- nos llena de horror. Pensar lo que les ocurrió, poniéndose en su piel, nos estremece. Nos angustia. Reflexionar sobre cómo sus vidas quedaron truncadas de un zarpazo, nos desmorona. Sólo cabe enviar nuestro abrazo más sincero a los suyos. A su gente. A su barrio. A ellos y a todas aquellas familias que de un hachazo de fuego perdieron todo: su casa, sus bienes y sus recuerdos.

Días de solidaridad. De nuevo, Valencia ha sabido estar con sus vecinos. Ha dejado fluir la generosidad y la empatía. Bomberos de permiso que fueron voluntariamente a intentar frenar la cólera del fuego; taxistas ofreciéndose para trasladar a afectados; comercios abiertos las 24 horas para atender a los desalojados; entidades, como las fallas del barrio, coordinando ayuda, ofreciendo ropa y comida; empresas, donando mobiliario; hoteles, alojando a familias... Ver que la ciudad abraza a quien le habita, cuando el destino empuja a alguno de ellos injustamente al abismo, reconforta. Es la faceta humana que aflora cuando más falta hace.

Días de agradecimientos. Tiempo para dar las gracias a Julián, convertido, a su pesar, en la imagen heroica de la tragedia. El conserje del edificio que, en medio del incendio, fue puerta por puerta alertando de la amenaza y que ha hecho posible saber quién estaba y quién no en la finca. Y tiempo para dar las gracias a los bomberos, entre grandes exclamaciones. Por jugarse la vida para salvar otras. Jugarte la vida por alguien a quien ni siquiera conoces. El rescate de Sara y Amar, los jóvenes atrapados en el balcón, será por mucho tiempo la instantánea más poderosa de lo que es la generosidad. El jefe de los Bomberos, Enrique Chisbert, lo subrayó ayer: «Mis compañeros arriesgaron su vida por encima de sus posibilidades».

Días de ruego. «Vamos a estar a la altura de esta ciudad», declaró, aún desolada, la alcaldesa María José Catalá tras los minutos de silencio. Hará bien. No podemos permitir que el olvido, como tantas veces ha sucedido, acabe sepultando toda esta oleada de buenas intenciones y promesas que han aflorado estos días. Las administraciones han actuado rápido; de forma clara y firme. Han ofrecido viviendas, ayudas económicas, atención psicológica, datos de forma transparente... Ahora debemos vigilar que lo prometido se cumpla. Velar porque la desmemoria no acabe dejándoles en el abandono. Y porque se dé luz a lo ocurrido y se tomen medidas para evitar que vuelva a suceder. Estar vigilantes es nuestro propósito como periódico y nuestra obligación como periodistas. Y es, además, una necesidad como valencianos que, como nuestra ciudad, también vivimos días anclados en la tristeza.

Es domingo, 25 de febrero. «El duelo sueña que perdió a la pérdida». Juan Gelman.

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