Más Camus, menos Sartre

Quien me fascinaba era su archienemigo Camus, sobre todo cuando supe que le gustaba el fútbol, como era mi caso. Le debo desde que leí 'El extranjero' la certeza que aún me guía: que la literatura sí puede cambiar el mundo. La idea de que habita en un libro algo más poderoso que la propia vida nació en mí mientras sentía un escalofrío casi en cada página de aquella novela que sigo sin olvidar. Y noto que en su figura concurre una variante del principio de Arquímedes aplicado a la literatura: un escritor (Camus) sumergido en un fluido en reposo (el paso del tiempo) experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado (Sartre). La moraleja que me asaltó cruzando la calle Moret, cuando reparé en una cita de Camus inscrita en la fachada de una finca: otro escalofrío. Lo agradecí aunque no necesito que me avisen de la enorme vigencia del autor de 'La peste' y otras cimas de nuestra cultura. Tengo vivo su ejemplo viendo cómo resiste su legado y el de quienes, como Orwell o Chaves Nogales, alertaron de que huir de todos los extremos te condena al purgatorio civil. O al infierno. Y siempre recordaré que le debemos la más hermosa carta de amor de la historia, la que envió a su maestro cuando ganó el Nobel: «Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto». Otra frase que pide mármol en la calle Moret.