Carros de combate

Y cuando cruzo desde la plaza de Brujas hasta la Lonja esquivando los carros de la compra que pilotan las manos asiduas de estas paradas, y las de quienes vienen de vez en cuando, y alcanzo el exterior, donde triunfa también el bullicio, recuerdo el discurso de un productor de trigo de la Marina, que la noche anterior recibió un premio por su perseverancia en rescatar la tradición de ese cultivo con la misma fe en las raíces compartidas que distingue a los comerciantes que dejo a mi espalda: él hablaba del carro de la compra como el nuevo carro de combate, un arma cargada de futuro si la sabemos esgrimir con la misma clase de seguridad en nosotros mismos con que la empuña esta mujer que camina a mi lado. Cuando se pierde a la altura de la calle Purísima (me chifla ese nombre), pienso en ella como una heroína de mi linaje favorito: el tipo de personas que nos salva de las amarguras del mundo tal vez sin sospecharlo siquiera. En efecto, su carro es de combate. Contra la estupidez ambiente, el esnobismo y la pedantería, concluyo, un punto ensimismado, parado ya en la calle Calatrava. De mis cuitas me rescata un caballero, vecino del barrio. ¿Se vive bien en el Mercat? «Sí, se vive bien. No hay Mercadona pero tenemos el Mercado».