No hay casualidades en campaña

Mucho nos vamos a tener que equivocar. Lo que parece, lo que se deja ver desde hace meses, es que la campaña electoral del PSOE de Pedro Sánchez para estas elecciones europeas va a consistir, en resumen, en identificar al PP con Vox. Y a ... ambos con la ultraderecha, el franquismo y la dictadura. Acabáramos. Vendrá con la censura cultural de Burriana, con Milei de la mano de Abascal o con el recelo hacia el reconocimiento del Estado palestino. La estrategia pasa por presentar a Sánchez como el garante de la socialdemocracia, frente a la tentación ultraconservadora de los populares. El discurso ha dado sus frutos en alguna ocasión -las generales del 23 de julio-, pero está por ver que vaya a funcionar muchas veces más. Alentar el discurso del miedo puede dar resultados. Y seguramente alimenta la movilización de los propios. Pero dice poco o nada de las propuestas de cada uno. Presentar a Vox y PP como la ultraderecha y la derechita cobarde no resuelve la infrafinanciación, no llena de agua l'Albufera y no entierra el paso a nivel de Alfafar. Presentar a uno y otro partido como nostálgicos del franquismo no resuelve los obvios problemas parlamentarios que han llevado al PSOE a perder una votación, la del proxenetismo, y a retirar otra ley, la de vivienda, a la vista de su debilidad. Que un concejal de Vox sea incapaz de ver la utilización política que se va a hacer de su negativa a adquirir dos películas de temática trans dice mucho de la falta de sensibilidad del mencionado responsable, pero más de cómo se utilizan este tipo de decisiones 'casualmente' en campaña electoral. No hay casualidades en campaña. Ninguna. Sánchez maneja mejor que nadie -es verdad que dispone de una magnífica batería mediática- esos hilos que dan lugar a que algunas polémicas se conviertan en temas de primera plana. Probablemente no ha pasado con la recta final del juicio a Eduardo Zaplana porque el recurso al caso Koldo y la frontera con la situación de su mujer resultaría una salida demasiado fácil para la oposición. En ese juego en los grises, el CIS se convierte en un aliado perfecto para la estrategia de Moncloa, aunque la convicción de que el organismo que dirige Tezanos deforma la realidad al gusto del presidente ya ha hecho de sus diagnósticos motivo de chanza.