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Pilar Bernabé cumple dos años como delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana. Vayan por delante las correspondientes felicitaciones. Leo y escucho análisis que vienen a coincidir en lo meritorio de la labor que ha desempeñado desde su responsabilidad. Y coincido con la mayoría de ... ellos. En todo caso, anotar que la Bernabé que nos está impactando por su carácter y su capacidad de trabajo es ésta que desempeña su labor desde las elecciones municipales y autonómicas de hace ahora un año. Y no porque hasta entonces no hubiera mostrado la misma capacidad para no tener horario y para empatizar con agentes sociales y económicos. Sino porque es en el último año, con un Gobierno autonómico, las tres diputaciones provinciales y muchas alcaldías en manos de la derecha, cuando la dirigente socialista viene mostrando su perfil más aguerrido. Bernabé no rehuye la batalla, asume el papel de defensa de la gestión del Ejecutivo que preside Pedro Sánchez - y eso en la Comunitat Valenciana es profesión de riesgo- y lo hace todo ello sin perder la sonrisa. «Es un descubrimiento», comenta un cargo del PPCV. Tiene discurso, sabe cuándo tiene que aparecer y cuándo no, se explica con mucha mayor brillantez que otros portavoces y se le ve convencida de lo que dice.

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Y hasta aquí el apartado de las flores. Bernabé es consciente, porque así se lo han trasladado, que no son pocos los que consideran que abusar del perfil político en un cargo tan institucional como el del delegado del Gobierno puede terminar socarrándola. Los que hemos visto pasar delegados del Gobierno de todos los colores, desde Eugenio Burriel a Juan Carlos Moragues, pasando por la buena de Gloria Calero o por el siempre brillante Ricardo Peralta no recordamos una voz encargada de asumir la responsabilidad de la representación del Ejecutivo central en la Comunitat tan entregada -y cómoda, es verdad- en un papel que en ocasiones le convierte más en punta de lanza de su partido que en ese perfil más de despacho que asumieron la mayoría de sus antecesores. Bernabé, probablemente, no comparte esa reflexión. Aún a sabiendas de que convertirse en la principal referente de un partido, hablo ya del PSPV, que tiene a una secretaria general que lo es sólo a tiempo parcial, y una líder local que acaba de sacarse billete para pasarse cinco años en Bruselas, despierta ya no recelos, sino envidias destacables entre los propios compañeros de partido. Bernabé tendrá que decidir en algún momento qué quiere ser de mayor -entiéndase la confianza en el sentido de qué papel aspira a ejercer en su partido-. La marcha de Sandra Gómez le despeja el camino para ser cartel del PSPV en la ciudad de Valencia. Es, probablemente, el destino que más le gusta a Diana Morant para su compañera de ejecutiva. Bernabé ya ha sido concejal, conoce más que de sobra los mecanismos que mueven la ciudad y probablemente también es consciente de que María José Catalá no es una rival fácil.

Y sin embargo, en un partido que tres meses después de elegir nueva líder ya anda navajas en mano buscando ajustar cuentas, limitar a Bernabé al papel de aspirante a la alcaldía del cap i casal igual hasta se queda corto. Los que nunca hemos terminado de entender demasiado bien la apuesta de Ferraz por la ministra de Ciencia -a la que deseamos la mejor recuperación de su reciente intervención quirúrgica- sospechamos que mantener durante tres años ese 'ahora estoy, ahora no estoy' de Morant le regala cuatro años más de mayorías al PPCV. Quizá Bernabé, que también lo sabe, entienda que es mejor esperar. Manejar los tiempos es clave.

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