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La secretaría autonómica de Turismo del Gobierno valenciano está vacante por el momento. La anterior responsable, Cristina Moreno, dejó su cargo hace pocas fechas. Moreno, no confundir con la brillante exportavoz y exalto cargo de los socialistas valencianos de idéntico nombre, será diputada en el ... Congreso por la marcha al Parlamento Europeo de Esteban González Pons. Le deseamos toda la suerte a uno y otro, claro está. Moreno, por cierto, es de Gandia. Y de Gandia también es, oh sorpresa, la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades, y secretaria general de los socialistas valencianos, Diana Morant. ¿Casualidad? Para nada. Si el PP valenciano manda a una diputada de Gandia a Madrid, no puede ser para otra cosa que para marcar de cerca a la ministra. Y no porque sobre ella recaigan responsabilidades tan señaladas como las de la cartera que dirige, sino porque la ministra también es la secretaria general del PSPV. Y claro, como por la Comunitat Valenciana viene poco, y cuando lo hace tampoco se nota mucho, pues lo que toca es ir a buscarla donde trabaja, que es en la capital. No deja de ser ridículo, pero es así. El marcaje político a la líder de los socialistas valencianos hay que hacerlo en la capital de España, porque es allí donde pasa más tiempo, porque en la Comunitat no dispone de ninguna tribuna de debate, y porque como miembro que es del Gobierno de Sánchez, el lugar obvio de control parlamentario es el Congreso de los Diputados. Pero es así, es lo que decidió Pedro Sánchez y es para lo que se esforzó Santos Cerdán, forzando la retirada de Carlos Fernández Bielsa y Alejandro Soler de la carrera por el liderazgo del partido.
Sea o no por esta razón, las costuras del socialismo valenciano comienzan a romperse cuatro meses después de aquella decisión. El nuevo liderazgo de Morant, que se suponía plácido por venir apadrinado por Sánchez, se está demostrando insuficiente para mantener al partido alejado de las habituales tensiones del PSPV. Como si no se conociera la historia, como si el socialismo valenciano no hubiera llegado a obligar a más de uno de sus líderes a dejar el cargo, con oportunas filtraciones o con la presión de otros barones, como si no se hubieran llegado a suceder las gestoras, como si no se hubiera brindado con cava por la destitución de un compañero de partido como ministro. Compañero, dicen. El socialismo valenciano es lo suficientemente complicado y múltiple como para pensar que las decisiones, más si son impuestas, se acatan sin rechistar. No ha pasado nunca y no pasará salvo que se quiera forzar una escisión, y no está la cosa como para dispararse en el pie.
El liderazgo a la fuga de Morant quizá confiaba -se ha escrito en este periódico- que se vería apuntalado con la labor de la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, y la del portavoz parlamentario, José Muñoz. La primera, siempre con cara amable, ejerce una defensa férrea del Ejecutivo central. El segundo combina aciertos -el último, el de destapar el cambio del nombre de la asignatura de violencia de género en el Ivaspe- con tentaciones orgánicas innecesarias. En todo caso, ni uno ni el otro son el líder del partido. Y el liderazgo no lo da el cargo. No se trata de una presencia física, que también, porque no hay liderazgo que no se ejerza mirando a los ojos. Si no de sus ausencias políticas. Cataluña, financiación, la Albufera, Seguridad, la OPA del BBVA... Morant no tiene que ser una aliada del PSPV, es la líder. Y no es que el partido cuente con ella, sino que tiene que dirigirlo. Y el mando a distancia, lo sabe Eduardo Zaplana, en política no funciona nunca.
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