Coso taurino con historia
Ahí está en el pasaje Doctor Serra uno de los más antiguos museos taurinos de la piel de toro nacional
JUAN LUIS LLOP
Jueves, 13 de marzo 2025, 00:21
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JUAN LUIS LLOP
Jueves, 13 de marzo 2025, 00:21
Las fiestas josefinas se prestan de modo especial al festejo taurino. Gran parte de nuestros visitantes, sobra decirlo, gustan de estas celebraciones falleras. Arranca con ... ellas de igual modo la temporada ibérica para el arte de Cúchares. Es uno de los principales actos pero no el único, que marcan el protagonismo del coso de Monleón, arquitecto que tenemos por autor de la plaza de toros de la calle de Játiva. Un emblemático ruedo, junto a la estación del Norte, cuya céntrica ubicación es, por su grandiosidad, la envidia de propios y extraños. Sin embargo, no siempre fue así. También conoció como su 'partenaire' ferroviario, la ocurrencia de alocado derribo, que por suerte acabó en nada para ambos enclaves. De ahí que sea inexplicable que la estación apenas cuente con acera utilizable del lado de la calle Alicante, a la que pensaba avasallar.
La actual afición a la tauromaquia en Valencia, en todas sus variantes, es ancestral. En el s. XI se enmarca habitualmente pero debe de ser muy anterior, aunque no es hasta mediados del s. XVII cuando se constata su marcada demanda, y encuadrada principalmente en la plaza del Mercado y junto a la Lonja. Verdadero foro donde no había actividad callejera que se le escapara. Igualmente es en esos tiempos cuando los encierros taurinos que cobran notable popularidad como atracción multitudinaria se aprovechan inteligentemente como retorno social. Es así como la Diputación Provincial de Valencia combinaba, aunque hoy ya sea con gestión diferenciada, tanto la recaudación como la atención a la sanidad pública. Así destinaba a su hijuela: el Hospital Provincial, tanto los recursos como la propia carne de lidia, tenida por idónea alimentación para enfermos, pobres o dementes, la cual era troceada y transportada de forma inmediata a las cocinas de la institución.
Pasado el tiempo todavía hoy se mezclan en este colorido albero la más pura tradición como son los códigos de aviso debido a la colocación de banderolas hincadas en su perímetro de coronación, tal vez vestigio del signum romano, un cierto voluntariado de su personal que veía la corrida a cambio de controlar el billetaje a la entrada o la reventa en las colas, el arrastre caballar campanillero de las reses, o el clamor que resuena en las calles de sus inmediaciones a cada triunfo sobre el bravo astado, entre otros. Asimismo es curiosa la forma de desplazamiento del animal que se practica en unos cajones ad hoc desde 1860, ni más ni menos que antecedente del contenedor actual para el traslado en trenes, criticado posteriormente porque el ganado no andaba como debía ser...
Ahí está en el pasaje Doctor Serra uno de los más antiguos museos taurinos de la piel de toro nacional para recordarlo, testigo de tardes festivas plasmadas durante decenios en folletos de mano de imprentas o litografías lujosas afamadas como Mirabet, Pascual, Ortega o Ferrer de Orga, carteles anunciadores de pura esencia y trazo firme como eran los del artista Cros Estrems, o vestigios añosos de grandes espectáculos como corridas en bicicleta o desde un auto, carpas de circos, plataforma de despegue de globos de Henri Beudet o Milá, etc.. Y de nuevo la convivencia del ferrocarril y los toros, recordado en letra pequeña de todo cartel que indicaba la venta de entradas en la estación o el uso por el Marqués de Campo de la susodicha plaza para justas y torneos con motivo de la inauguración del ferrocarril y el nacimiento de la infanta incluso antes de la inauguración oficial.
Por otra parte, este recinto desciende de la antigua atalaya que sufrió los rigores de la Guerra del Francés, albergó cuarentenas de enfermos de gripe venidos en tren en 1870, sonados mítines de Blasco Ibáñez que le valieron encarcelamiento en 1896 por criticar la invasión de la provincia cubana, tribunas para concursos de bandas de música, airadas veladas de catch o boxeo en especial desde su alumbrado nocturno aparecido en 1908, ferias de Navidad, pistas de hielo, quema de hogueras, verbenas o festivales cómico-taurinos como los de Llapisera o El Empastre. Noches calurosas a fín de cuentas, pasadas en familia y que vaciaban cestas de cenas sin pestañear, para descanso de brazos paternos.
Y como colofón, la crónica de una plaza de toros que la conforma sus luces y sombras: como cuando vimos los jóvenes que practicaban junto a las barreras con una cornamenta sobre un armazón hacia el mediodía al salir de la escuela, las visitas a las desencajonadas de reses procedentes de la Venta del Saler, la visión de aquellos atrevidos maletillas ateridos de frío durante semanas al raso, con el cartel BUSCO UNA OPORTUNIDAD a sus pies, o las graves cogidas. En el lado urbanístico, los recuerdos del nutrido bar que hacía de esquina y la imponente valla metálica del lugar, hoy a cachos cerrando las aberturas laterales del histórico edificio. Sus círculos de ladrillo dibujados en el piso peatonal que lo circunda, y que son los mismos que culminó CLEOP con gran pompa el 16 de marzo de 1968. Por cierto pavimento que va a desaparecer este año.
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