El cónclave
JUANJO BRAULIO
Sábado, 26 de abril 2025, 22:54
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JUANJO BRAULIO
Sábado, 26 de abril 2025, 22:54
Con dos novelas sobre el papa valenciano Alejandro VI en la cuenta de resultados, no va a ser servidor de ustedes quien ponga la más ... mínima objeción a la atracción que ejerce el papado y más aún cuando -como es el caso- el obispo de Roma ha muerto y el mundo entero asiste boquiabierto al proceso de elección de su sucesor. Yo mismo soy un cautivo de la fascinación que ejerce la Iglesia Católica Romana pues ninguna institución ha prevalecido durante tanto tiempo en la Historia ni ha tenido tanta influencia.
Los cónclaves a puerta cerrada se celebran desde 1274 cuando Gregorio X estableció en una bula que los cardenales se reunieran en un solo lugar, sin posibilidad de salir y que, además, se les redujera progresivamente la comida cuando las deliberaciones se prolongaran más de cuatro días. Desde entonces, el cónclave despierta la fascinación a pesar de que, en realidad, no se sabe casi nada de lo que ocurre allí dentro. Y ese misterio lo hace aún más atractivo y más en estos tiempos donde todo está a la vista y todo se sabe, salvo lo que es importante.
Aunque, para misterio fascinante, el que se materializa a cada elección de un nuevo papa y que no se produce con otros líderes religiosos del resto del mundo. A nadie parece importarle si es conservador o progresista el arzobispo de Constantinopla y Patriarca Ecuménico, Bartolomé I, 'primus inter pares' de los popes de la Iglesia Ortodoxa. O que piensa el arzobispo de York -Stephen Cottrell- que ejerce ahora mismo de primado de la Iglesia Anglicana mientras se elige al nuevo de Canterbury. Por supuesto que ningún destacado miembro de la izquierda política y mediática que se opina encima estos días sobre de qué pie ha de cojear el sucesor de Francisco se atreve a dar su normalmente indocumentado parecer sobre qué líder sería más conveniente para la rama suní o chií del Islam (entre otras cosas, porque al criticar a la Iglesia católica no te juegas la pelleja), para el Gran Rabinato de Israel codirigido por Kalman Ber y David Yosef o para el sucesor de Tenzin Gyatso, más conocido como el Dalai Lama.
En esta parte del mundo y gracias al cristianismo que propició el pensamiento positivo (por lo que hay que dar gracias a Dios, aunque soy consciente de la contradicción), la religión es un asunto privado y voluntario. Nadie obliga a nadie a profesar ningún credo y ese es el motivo por el que me produce entre sonrojo e hilaridad ver a ateos recalcitrantes y agnósticos serenos y respetuosos (como el arriba firmante) clamar por un papa «progresista» como, en su opinión, era el difunto Francisco en contra de uno «conservador» como lo fueron sus antecesores Benedicto XVI y Juan Pablo II. Jorge Bergoglio, por muchas entrevistas que le diera a Jordi Évole y se reuniera con Yolanda Díaz, no dejó nunca de ser un líder religioso contrario -lo cual es perfectamente legítimo- al aborto, al matrimonio homosexual e incluso al sacerdocio femenino todo lo cual, por cierto, es asunto de quien quiera seguir su magisterio. De nadie más.
Y ahora, a fascinarse con el cónclave. Merece la pena.
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