Nos hemos estado contando historias los unos a los otros desde los tiempos en los que nos apiñábamos alrededor de una hoguera en el interior ... de las cavernas. Hemos ido cambiando los formatos -de lo oral al videojuego-, pero seguimos haciendo lo mismo: fabular para no volvernos locos al intentar entender ese cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que dice Macbeth que es la vida. Por eso todas las historias -aunque parezcan distintas- encajan en alguno de los siete argumentos universales a saber: la victoria sobre el monstruo; de la pobreza a la riqueza; la búsqueda; el viaje; la comedia; la tragedia y el renacimiento.
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El favorito de casi todo el mundo es el segundo, el de la pobreza a la riqueza, que encaja a su vez con el cuento de Cenicienta. Y es que todos -excepto los futbolistas, claro- soñamos con ese golpe de suerte inesperado, pero merecido tras tantos sinsabores; con la aparición de un hada madrina que, con su varita mágica, nos convierta de fregonas vestidas con harapos en princesas calzadas con zapatos de cristal o en la llegada de un caballero andante que nos salve de lo que nos tenga que salvar.
La Cenicienta tiene muchas versiones además de la de la niña rubia de Disney. Una de las más exitosas es la de la prostituta redimida que va desde la Magdalena bíblica a la Aspasia ateniense pasando por Marie Duplessis, la dama de las camelias de Dumas hijo, Irma 'La Dulce' con la cara de Shirley MacLaine en la cinta de Billy Wilder, la Iris interpretada por Jodie Foster en 'Taxi Driver' y la encantadora Vivian de 'Pretty Woman'. De todas ellas, sin duda, es la meretriz encarnada por Julia Roberts la que mejor ejemplifica la falsa idealización de la prostitución como un cuento de hadas, por cierto siempre -hasta donde servidor de ustedes sabe- escrito por hombres.
Para escribir mi segunda novela, 'Sucios y malvados', me documenté todo lo que pude sobre el mundo de la prostitución y no encontré en aquel proceso nada ni remotamente parecido a un cuento de hadas. Todo, absolutamente todo es sórdido y denigrante tanto para las mujeres que la ejercen tanto por la fuerza como movidas por la miseria, el engaño o la ignorancia -y especialmente- para los hombres que compran sexo. Por eso, de todas las aristas y ángulos del 'Caso Koldo', el que me parece más repugnante es el que afecta a la tal Jéssica Rodríguez, la mujer con la que José Luis Ábalos mantenía -sus palabras, no las mías- una «relación particular». Al parecer, Jéssica salió del catálogo de carne humana femenina que Koldo, que ya tenía experiencia en el asunto como portero de clubes de alterne, tenía a su disposición en su teléfono móvil. Y la cosa fue degenerando hasta el punto de «ponerle un piso» como con el que soñaban las pobres rameras hambrientas que retrató Camilo José Cela en 'La colmena', contratarla en dos empresas públicas a las que no acudía a trabajar y llevárselas a los viajes oficiales.
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No era un cuento de hadas. Era un relato de terror.
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