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Siempre les cuento -porque creo que es mi obligación- que los días de fútbol de miércoles noche me pilla con mis obligaciones radiofónicas y tengo ... que escribir antes de los partidos. Esto conlleva un riesgo evidente, que pase algo muy relevante la noche anterior y yo esté aquí escribiéndoles de cosas que no se ciñen a la actualidad más pura. Así que hoy me leen -gracias siempre- tras la eliminatoria copera de anoche del Valencia. Espero que los de Baraja ya estén en cuartos pero, salvo que el partido haya dicho lo contrario, anoche fue la primera vez en la temporada en la que este equipo de niños grandes se enfrentaba a una situación de presión no vivida hasta ahora. Hasta Cádiz, el Valencia jugaba por ese objetivo miserable de la permanencia y, como la liga ha ido marcando, el equipo nunca ha estado en esa pelea del descenso. Y, por tanto, nunca ha jugado con presión (la temporada pasada jugaba con ella cada partido). Pero la victoria en Cádiz, en mi opinión, cambia por completo la temporada.
El Valencia deja a quince puntos (catorce más el averaje) el descenso y eso es decir adiós de forma definitiva ese ficticio objetivo de la permanencia. Y el equipo de Baraja entra en una dimensión desconocida, la de los objetivos mayores. La Copa ha pasado de ser un problema -si te tienes que salvar- a un goloso objetivo que puedes pelear. Y en la Liga has pasado de mirar a Celta y Cádiz a mirar qué hacen Betis y Real Sociedad cada domingo. Este cambio de perspectiva tiene algo buenísimo, una ilusión gigantesca por bonita e inesperada. ¿La parte mala? No sabemos cómo va a reaccionar una plantilla tan joven al ver que el objetivo inicial cambia. Al ver que ya no juegan para no perder... sino para ganar. Ya lo dijo Benítez el martes respecto a la comparación entre el partido de Liga y Copa; en Liga al Valencia le valía sumar ante el Celta en su objetivo inicial de salvación pero en Copa 'va a ir a por el partido'. Es el cambio decisivo: jugar para ganar -Copa o posición europea- cuando la cabeza estaba sumar para no bajar. Esa presión del resultado, de agradar, de pasar eliminatorias, de ser favorito, de ser aspirante... que supone todo lo que no eras hasta ahora. La Copa ayer y el sábado ante el Athletic empezarán a responder a mis dudas.
Y dicho esto: el Pipo. Se me acaban los adjetivos. Acabar con siete canteranos en Cádiz y ganar tres partidos consecutivos otra vez es -permítante la expresión- flipante. Por no decir aco... jonante. Ya me entienden. Baraja ha creado un proyecto de la nada y sin gastar casi nada. Ha visto en chavales de Segunda Federación jugadores de Primera División donde nadie los habría visto. Les ha dado protagonismo en la élite y está saliendo mejor que bien. Se ha abierto ahora el debate sobre su figura a largo plazo en un club en el que los entrenadores duran una temporada. Yo lo tengo claro: Lim se ha encontrado, sin quererlo ni buscarlo, en técnico ideal para su idea de empresa -que no club de fútbol- en el Valencia. Baraja no exige, no se queja, trabaja, gana y mantiene unida a la afición en el club de su vida. Con poquito que le conceda -no solo hablo de sueldo o años de contrato- puede seguir haciendo crecer este maravilloso camino que él solito ha empezado. Lim sería el primer beneficiado en su idea estrictamente empresarial: vender el club con más valor del que hoy tiene. Baraja le está haciendo el mayor favor de su vida. Como para no devolvérselo apostando por él más allá de su finalización de contrato en 2024.
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