Ya tengo mi banda sonora original del final de esta historia, con los títulos de crédito mientras suena la música. Mientras el diario no se ... canse, no es nada mala la insistencia. Resultaría peor estar resignado a ver cómo este verano, la plantilla del Valencia, en cualquiera de sus edades, lleva colgada una etiqueta como que está a la venta, aunque se diga que no está a la venta. Nadie como un comprador sabe de lo necesitado que está el vendedor, aunque lo niegue, para apretar el precio a su conveniencia si está desesperado. Todo el mundo compra y vende. Cada día vendemos nuestra fuerza de trabajo y compramos bienes y servicios gracias a la venta. Los equipos hacen lo mismo. No es indigno vender, lo que no tiene nobleza es haber sido comprado para la venta y el desahucio futuro. El jueves por la tarde, de vuelta a casa, pasé por Mestalla. Olía especiado, como a restaurante de franquicia de centro comercial. Si estuvieron a punto de prohibirnos entrar pipas al campo por el hecho de la presencia de roedores en el estadio, ni te digo si no estarán dándose un festín con la Champions Burger. Las camadas de la temporada 2024-25 darán miedo. El campo, como un gigante herido, y aún en la derrota, todavía conserva una cierta dignidad. Como una catedral, a punto de ser desacralizada, pero que mantuviera el halo de la liturgia y la plegaria, en los momentos previos al desguace, y a que detonen los explosivos. Ese vandalismo patrimonial, frívolo e irreverente, nos perseguirá siempre, no me cabe duda. Las fotografías en los muros, con toda la historia centenaria, aumentaban la melancolía. Parecían frases y carteles de una campaña electoral antigua, vacías y sin sentido. Épocas, títulos, sonrisas, rostros cimentados en un cierto orgullo. La foto de la marcha del centenario parecía lejana, de otro siglo. El suelo estaba sucio. La fachada tiene vocación de sanatorio abandonado, de esos lugares en los que los investigadores de fenómenos paranormales acuden a grabar psicofonías. Sin saber por qué, me vino a la cabeza la canción de Cole Porter, «Love for sale». Se introdujo en 1930 en un musical para Broadway, The New Yorkers. Hay cientos de versiones, con Billie Holiday, la de Ella Fitzgerald, y una muy buena, reciente, de Lady Gaga con Tony Bennet. Love for sale/Appetizing young love for sale/Love that's fresh and still unspoiled/Love that's only slightly soiled/Love for sale/Who will buy?: Amor en venta/Apetitoso amor joven en venta/Amor que es fresco y aún intacto/Amor que está sólo ligeramente sucio/Amor en venta/¿Quién comprará? Amor que está a la venta... Cuando adviertes el contenido y el matiz de las letras, la música adquiere su verdadero significado. La letra de la canción es de una tristeza infinita, y alude al punto de vista de una prostituta en la calle, que anuncia que el amor está a la venta. Le di otra vuelta al recinto. Da igual que sea en la Avenida de Suecia, en Joan Reglà, o en la Avenida de Aragón, pero cualquier mirada me dirigía al mismo amor de siempre, al que nunca caducó en estos 62 años. Un amor que podríamos hacer diferente, joven, fresco y aún intacto, con una ligera suciedad, de esas que se perdona. Lo imperdonable es pregonar el Love for sale, y encarar la Eurocopa a la venta, y pensar en los Juegos Olímpicos con la venta, y ver un España- Georgia pensando en la venta, y transitar por el asfalto que oculta la acequia de Mestalla, pensando en la venta de comida. No todo se compra ni se vende. Hay cosas, objetos, sentimientos, actividades, que están fuera del comercio. Incluso lo que es un bien protegido desde el punto de vista patrimonial no se puede ni tocar, y sin embargo aquí estamos prestos al desguace. ¿Quién comprará nuestro amor en venta?
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