Azulejería conventual

Es fácil deducir que las cocinas comenzaron a chaparse inspirándose en la vida popular, que se desarrollaba en los espacios propios de las labores cotidianas; entre oraciones y jaculatorias, las pinturas ingenuas iban dejando desde perdices y cabritos, a los calderos e instrumentos fáciles de manejar.

Carme Rosario Torrejón y David Gómez de Mora, eligieron para su volumen, con densa documentación bibliográfica, un orden que hoy resulta difícil de profundizar en su trayectoria, de ahí que el enriquecimiento para quienes aman el pasado, máxime si se trata de un pasado de hábitos religiosos y costumbres paralelas al buen comer y beber, resulte curioso, sorprendente en ocasiones.

Como siempre ocurre, la azulejería más atractiva resulta ser la heredada de los siglos XVII y XVIII -de las casonas palaciegas, capillas, etc.- aunque la procedente de los servitas que andaban entre fogones y corrales de aves, los que cazaban y guisaban para alimentarse, rezaban salmos y ofrecían pan a los que llegaban pidiendo «por amor de Dios», nos han legado paneles rudimentarios como el de los azulejos de la chimenea de Quart (página 71).

La variedad temática es amplísima, dado que además de ceñirse a etapas cronológicas por acontecimientos históricos, el repertorio de la cocina se extiende hasta los dulces y repostería dedicados al chocolate. Reciente publicación documentadísima, que comienza con imágenes de aucas y aleluyas en las estampas. La vida a través de los servitas, en Quart de les Valls.