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Aquí, en la misma esquina donde estamos de la calle de las Barcas, se alzaba la botica de la Morera, que poseía tarros para hierbas, ... almirezes y alambiques que sugerían elaboración de ungüentos, emplastos y cataplasmas especiales, peras lavativas, colutorios; sal de la higuera, aceite de ricino, agua de Carabaña, sellos para rellenar con lo que indicaban las recetas magistrales; carne líquida para colmar botellas y hasta sanguijuelas para sangrar a quien hubiera menester.
La publicidad en la prensa y en folletos resultaba abundante y en uno de aquellos se podía leer: «Las jóvenes exóticas / las niñas pálidas / esas pobres cloróticas / tristes crisálidas; / cuantas sufren de amores / y de desdenes / a trueque de quedarse siempre doncellas, / lograrán sus afanes / cosa sencilla, / tan sólo con dos botes de manzanilla.» Y se podía enviar por correo, con hojas para 600 tazas.
Quién lo diría, muy cerca de la botica, situada en el chaflán Pintor Sorolla con Don Juan de Austria, había existido el Barrio de Pescadores, donde vivía gente marinera y los calafates construían las barcas con madera, brea y estopa; pequeñas barcas que en carros o por alguna acequia las deslizaban hasta el río y llegaban, finalmente al mar.
El Barrio de Pescadores, con el tiempo, se llenó de cafetines y tabernas, donde la prostitución y los tugurios para el juego fueron perseguidos hasta la extinción, aunque de ello queda testimonio en sermones y bandos civiles. El final fue, como siempre la acción de la piqueta y la demolición.
Volviendo a la botica de la Morera, cuyo nombre se lo dio el robusto árbol que crecía sin cuidado alguno, sucedió la farmacia Loras, profunda y de altos techos que parecía ofrecer solución para todo. Ya en 1927 anunciaba como poner fin a los pies hinchados, ardientes, cansados, con callos, durezas, grietas, ampollas, sabañones y contusiones con el sobre Sal Bañ, por el precio de 30 céntimos. Un éxito gracias a sus laboratorios, que también proporcionaban purgantes gracias a la buena elaboración del sulfato magnésico.
Vitalísimo punto ciudadano, en la esquina de enfrente, estuvo el famoso Café Royalty, cita diaria matutina sobre todo de labradores y comerciantes de cítricos, quienes mantenían conversaciones siempre en valenciano formando grupos dentro y fuera del café; tratos y discusiones de oferta y demanda que se alargaban en las aceras de la calle de las Barcas y Pascual y Genís. Curiosamente los acuerdos que se alcanzaban se formalizaban con un estrechón de manos, como adquirida costumbre oriental.
Por las tardes, después de la hora del café y del cigarro saboreado con placer; después de discutir largamente de política y hablar de mujeres, se retiraba el público masculino y llegaban las señoras con las hijas mayores, que se contemplaban de soslayo en los espejos de las puertas giratorias del establecimiento.
Se olía a perfume de violetas o de jazmín, mientras se cotilleaba sobre infidelidades, servicio y moda. Por último, al anochecer, con un punto de nostalgia porque las hijas no encontraron a quienes esperaban, se daban aplausos a los músicos del trío Raga (chelo), Adrián, al piano y al violinista Pascual Camps.
Eran composiciones intimistas y románticas, que regalaban ternura a las mujeres jóvenes..., y mayores. Llegaba la noche.
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