Urgente Mazón anuncia un acuerdo con Vox para aprobar los presupuestos de la Generalitat de 2025

Pendiente de la moda urbana y social, la famosa 'Milla de oro' valenciana se ha trasladado al Ensanche, y la competencia por los alquileres que ... siempre vencían las calles de alrededor de la plaza del Patriarca, actualmente lo han arrebatado las hermosas calles de Sorní -la de las melias como umbráculo- y Jorge Juan -cita indiscutible del Mercado de Colón-.

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Sobre la de Jorge Juan se podría escribir un libro, comenzando por la osada pintura roja con que se cubrió el dragón de la finca modernista, obra del arquitecto Cortina, cuando llegó el tiempo de las osadías; un bazar para juguetes de hojalata y peponas, en fin, juguetes rescatados del olvido, que abrió José Luis de la Calleja en 1968.

Nuestra calle siempre tuvo dos zonas: entrando por Colón, la de los edificios con miradores, amorcillos y estucos, que acogían a familias de clase media alta y burguesía, mientras que la manzana que limitaba con la Gran Vía Marqués del Turia estaba más ocupada por comerciantes, empleados de banca y representantes. Si la primera zona ofrecía mantequilla y charcutería selectas en la casa Juan y Sanz, en la segunda, el ultramarinos de Vicente y Esther vendía 'de todo': fiambres, aceite, lejía, arroz, garbanzos, lentejas y legumbres conservadas en sacos de arpillera. Y aún anotaban con lápiz de punta chata, en una libreta, pequeñas deudas acumuladas por las vecinas, que satisfacían los sábados.

En esa acera, la que desembocaba en el jardín de los pinos y los ficus, se reunían todos los servicios que un barrio podía necesitar: desde el tapicero al carbonero que despachaba también escobas, aventadores y espliego para el brasero que se convertía en mágico incensario. No faltaba tampoco la perfumería-droguería Muñoz, cuyo dueño era practicante, a quien se le requería a cualquier hora, tan paciente y si perder la sonrisa.

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En la esquina con Cirilo Amorós existía una tienda de tejidos, y a continuación abrió una bodega que preparaba boquerones con vinagre y aceitunas para el grupo de amigos que iban al anochecer, buscando unas cervezas de barril.

Eran los tiempos en que las alumnas del colegio de las Teresianas, frente al citado Mercado de Colón, compraban rosas en el mes de mayo para adornar la recordada capilla del arquitecto Francisco Mora. Niñas de uniforme marrón y cuello blanco almidonado que se cubrían con una capa y lucían boina. Niñas que, al acercarse los exámenes, se disputaban las reliquias del reverendo Don Enrique de Ossó y Cervelló. Cabe recordar, como anécdota de aquellos años, que los chicos del cercano colegio de los Dominicos, distante unos 50 metros, alquilaban algún organillo de manubrio para ir a rondar a las alumnas.

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La implantación de los primeros supermercados en la zona del Ensanche y la apertura de los bajos de las fincas para instalar tiendas de moda, gimnasios y escuelas de ballet iniciaron la transformación de la calle, donde abrió, por ejemplo, 'Agua de Limón', un establecimiento con terraza ajardinada para objetos de hogar muy especiales. Le seguiría 'Tráfico de Modas' diseñado por Mariscal... Y así, hasta hoy. Un tiempo. Adiós a la Jorge Juan donde viví.

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