Casitas en la playa

Como la vuelta de las aves, con la llegada de la primavera se construían aquellas casitas de tablones pintados con vivos colores que se ensamblaban perfectamente para formar el núcleo de dos habitaciones, cocina, pequeña despensa y baño abierto al porche, donde nunca faltarían plantas como el geranio, la murciana y la albahaca. Con garrafas de agua y el caudal que proporcionaba un pozo canalizado, se solventaba el problema; y la felicidad reinaba, sin olvidar la ronda de 'la moral', la pareja de guardias que no toleraba muslos desnudos; por eso en las casita de colores no faltaban faldas de quita y pon.

Eran veraneos para estrechar lazos familiares y de amistad, porque eran frecuentes las reuniones y el compartir un plato, un postre, un helado o marchar a ver una película en el cine de Benimar, el cercano balneario perteneciente a la Iglesia.

Las casetas de Nazaret, que a Paco Sebastián le gustaban mucho en otoño, cuando se cumplía el plazo para su desmontaje y el viento agitaba el tablón que fue cortina o puerta, eran distintas unas de las otras; sin embargo, en la Patacona, en el límite entre la Malvarrosa y Alboraya, también surgió un conjunto de casas peculiares que se llamó Colonia Mar y Sol, levantadas en su mayoría por los padres de niños alojados en los sanatorios de San Juan de Dios y El Carmen. Realizadas también con tablones y elementos de madera, mantenían un recuerdo, tan querido como lejano, del balneario de Las Arenas y el inolvidable pabellón lacustre.

Un ayer que quedó en los lienzos de Paco Sebastián.