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Allá por l977, en el más peculiar barrio de una juventud que se sentía bohemia, donde se mezclaban universitarios, cantautores de folklore y escritores de poemarios en busca de editor, se abrieron numerosos comedores de carácter popular, tan económicos, que siempre estaban llenos a la ... hora de comer y cenar; sobre todo por la noche, cuando los dueños, Nieves y Ximo, olvidaban la hora de cerrar La Conquense.
Era el punto final de la jornada; se guardaban las sartenes, cazuelas y vasos; escribían lo que tenían que comprar mañana; los dos hijos pasaban el paño por las sillas de railite, aunque estaban muertos de sueño, y la mujer (gruesa, maternal, muy limpia) colocaba en el aparador las vitaminas que tenía que darle al hijo pequeño.
Arroz, carne en salsa, lentejas estofadas, potaje de garbanzos, sardinas con pimientos. Todo casero. Todo en esa cocina a donde podía entrar quien quisiera a husmear. Se pagaba al salir. Reinaba la confianza. «¿Qué ha comido?», preguntaba el hijo mayor. Y cada uno respondía, a la vez que buscaba en la manoseada cartera del bolsillo del pantalón tejano.
De estilo y ambiente parecido, Casa Cecilio competía con platos económicos. Cecilio iba casi siempre con gorra y tenía la mirada en un punto indefinido. «¡Mira, que te doy!», exclama alzando el brazo a cualquiera de los niños. Pero jamás recibían el cachete, porque lo esquivaban muy bien. José Luis, que andaría por los doce años, se defendía como camarero, mientras sus hermanitos escribían los deberes en la mesa que dejó libre una chica de pelo abisinio y un muchacho de cara asexuada, como un ángel.
«¡Ya no me asusto de nada!», comentaba Cecilio, despidiéndose de un conjunto rockero, que vestía de raso negro y colgantes de metal.
En Casa Cecilio se admitían notas clavadas con chinchetas solicitando encargos para fotocopiar y también ofreciéndose chicas y chicos para modelos a los estudiantes de Bellas Artes.
Con un poco de suerte se podía localizar a Pere Bessó, a última hora. Bessó, poeta de madrugada, amaba las soledad. No tenía teléfono y olvidaba las citas porque perdía la agenda. Junto con Ricardo Bellveser y Ricardo Arias editaron 'Lindes. Cuadernos de Poesía', que presentaron en el 'Café Concert'.
El Barrio ya había cambiado totalmente. Ya no era el barrio de 'les escaletes', cuando se golpeaba la aldaba para que abrieran la puerta tirando de la soga desde el piso; y se echaba la cuerda con un capazo por el hueco de la escalera para izar la compra o el encargo olvidado.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Valencia Noche , publicado por Editorial Plaza&Janés en 1978
Los comedores populares también se transformaron y, desde los vegetarianos de 'La Luna' y 'Tastaolletes' a los que destacaban por una especialidad, como consiguió Emili Bermell con su ensalada de habitas (desde principios de octubre hasta la primavera) rivalizaban en cartas y precios; también en celebraciones y surtidos de 'esmorsarets'. Destacaba la recuperación de cocina propia y olvidada durante un tiempo: arroces, suquets, salsas y guisos de un mundo rural, así como un amplio surtido de dulces y postres vinculados al calendario festivo, con predominio de la miel, el azúcar, la almendra y el anís.
Recuperación, en fin, de gastronomía típica valenciana.
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