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Recientemente, en una entrevista (cuestión por tener años) me preguntaron qué casa en Valencia me había impresionado más y, sin dudarlo, afirmé que la de María Dolores Casanova, la pintora naïf descubierta por Vallejo Nájera, a quien destacó por su mundo «mágico, divertido, tierno, lírico, ... mordaz, con todas las sugerencias desde la piedad al erotismo». Cuando se empezó a conocer su obra, fotógrafos de Madrid se desplazaron convencidos de que su estudio fue «fascinante».
Las palabras quedaron pobres ante las escenas de cupletistas, reyes, desnudos, bodegas de buenas costumbres, Nacimientos, vampiresas, niños de primera comunión, noches de boda, cafés, la joven Marlene Dietrich vestida de ángel azul. Y todo, aquí, lo asombroso, entre cortinas y con un fondo de barracas huertanas. Senyeras y la Virgen de Desamparados que, tan pronto decora un bolso de los años 20, como estampa un traje o preside el dormitorio de una hurí. No hay espacio, no queda libre ni un centímetro en las paredes, porque además la pintora coleccionó extraños botones, gafas, cromos, cintas, lazos, broches, pendientes, abanicos, espejuelos y abalorios.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Valencia Noche , publicado por Editorial Plaza&Janés en 1978
Pinto historias -me dijo- me atrae igual un barrio chino que un ambiente burgués o la familia real. Siento pasión por los zares; tema que también gustaba a Juan Gil Albert, sin faltar los Borbones; todos tan altos, tan guapos. El Príncipe Felipe con esos ojos azules y tan alto, medio metro más que todos sus acompañantes, es uno de mis personajes favoritos.
Inquieta, comunicativa, de mirada brillante y manos expresivas, formó cola de espectadores que acudieron a contemplar su obra en la Galería del Palau, un éxito de exposición organizada por la directora Trini Hernández.
El crítico Vicente Aguilera Cerni, seguidor de su trayectoria, a la que le ha dedicado presentaciones y ensayos, la definió como pintora que domina una estética propia, «única e independiente, con un millar de cuadros en un solo cuadro; y donde la seriedad del propósito batalla con la frivolidad de los motivos».
Me confesó que cada Nochebuena pinta un Nacimiento. «Nada de opíparas cenas con gente de la familia o amigos. Como un rito personal me dedico a mi noche mágica. Invento una cueva para dar cobijo a una Virgen rubia, a un San José joven y al Niño rodeado de bellos gatos persas y cachorros lanudos junto al burro y el buey».
Sentadas en dos taburetes, porque tenía todas sillas con objetos aún por ordenar, respondió que su obra más ambiciosa fue el tríptico 'La creación del mundo'.
«No sé el tiempo que le dediqué. Intenté responder a lo que científicos y teólogos no han llegado a descifrar». Me mostró toda la casa que, en realidad, es un estudio que invita sin duda a la cámara fotográfica, a un extenso video.
Después del tríptico, en segundo lugar cita Los diez pecados capitales, pero huyendo de las versiones apocalípticas tan propias de la Edad Media.
Con gran sonrisa, murmuró:
Al principio, las polémicas sobre mi pintura me suscitaban inquietud, pero pronto descubrí que me daban energía, me daban vida.
Y siguió pintando por el nuevo arte.
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