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La sangre descendía desde la nuca por el hombro derecho y manchaba la sábana. Le atendían un médico y dos enfermeras con entrega total en tan delicado quehacer y un gesto de preocupación que difícilmente disimulaban. Era un adolescente de catorce a dieciséis años. Iba ... sin documentación. Un muchacho anónimo por cuya existencia estaban luchando en el Servicio de Urgencias de La Fe.
Me dijeron que había ingresado a las doce de la noche y en aquel momento eran las tres y media de la madrugada. Lo llevó el mismo conductor del coche que lo había atropellado en la Carrera Malilla.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Valencia Noche , publicado por Editorial Plaza&Janés, 1978.
-Iba en un vespino sin luces -declaró-. No comprendo tan gran imprudencia. Por favor, hagan todo lo que puedan, había suplicado.
Aquel hombre también llevaba manchas de sangre en el traje. Declaró que lo había recogido del asfalto, con un miedo bestial por aquella vida joven, que se le antojó destrozada.
Estaba telefoneando continuamente, pero recibía idéntica contestación: Sigue igual. Sufre un gran trauma craneal, además de las heridas. Nadie ha llamado interesándose por él... Nos extraña muchísimo.
El chico tenía el cabello rizado y abundante. En el brazo izquierdo, tatuadas llevaba dos letras enlazadas: con una coronitas de hojas y pinchos. F y M.
Pensé que no le había bastado grabar las letras en el tronco de una acacia o de un mimosa tardía llena de flor amarilla, como estaban en la Gran-Vía. Había necesitado que las letras perpetuasen más lo que él creería un largo amor, definitivo.
Yo estaba cubriendo el típico y tópico reportaje aquella noche, de las actuaciones en el centro sanitario; y llevaban contabilizados veintidós enfermos graves y cuatro accidentados.
Nuestro protagonista elegido por puro instinto emocional, parecía ahora dormido con la cabeza inclinada; y la expresión de quien deja atrás la niñez y se hace hombre demasiado pronto, sin desearlo.
El conductor insistía en llamadas periódicas.
-Pero cómo es posible -repetía- que no lo echen de menos.
Pasaba el tiempo. Las rayas cebra estaban recién pintadas sobre el asfalto gris, húmedo, otoñal. Todavía no apagaron las farolas públicas pero era muy triste despedir la noche con la incertidumbre del chico atropellado, Entré en una cabina, llena de siglas y consignas políticas que nada me importaban. Y, también, como el conductor, me enganché a la rueda giratoria... ¿Trabajaría?... ¿Estudiaría?... ¿Se habría escapado por un berrinche?... ¿Lo habrán suspendido en su primera oposición, después de tantas ilusiones y esfuerzo memorizando ante libros y apuntes?
Por fin, gracias a Dios, me pusieron con una de las enfermeras, después de comunicar varias veces, detallando la situación.
-Me conocieron enseguida. ¿Cómo sigue el muchacho?
-Dijo su nombre y quedó de nuevo inconsciente, pero hace unos segundos, sin abrir los ojos, volvió a hablar. Murmuró el teléfono de su casa.
-¿Lo han identificado?
-Sí, sí. Sus padres, habían dado parte a la Policía. También habían llamado al Hospital. Estamos esperándoles.
-Pero el chico...
-Se salvará, seguro.
Salí de la cabina y miré al cielo; pálido, con una nube rosada.
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