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Aún era el tiempo que se respiraba temor, que se desconfiaba de todo y que cualquier hecho relacionado con la guerra adquiría tintes dramáticos, aunque fuera una anécdota para distraer a los compradores de una prenda realizada en el artesano taller.
Fue una pesadilla, contó ... el tejedor refiriéndose a un compañero: «Las pasó moradas en la cárcel de Pozuelo del Rey». Lo narra siempre y en la tienda se le escuchaba con reverencia mientras envolvía la manta morellana que terminaba de vender.
Primero nos llevaron a Valencia. Los detenidos de Castellón éramos unos setecientos. Pasó una cosa que ahora te ríes, pero entonces..., ¡maldita gracia que nos hacía! El pato lo pagó un valenciano que, el pobre, no había hecho nada. Verá, resulta que al ponernos en fila y pasar lista, los guardias vieron que faltaba uno.
-¡Eh, tu!, gritaron a un hombre que se había parado en la acera mirándonos.
-¡Ponte ahí!
-¿En dónde? -preguntó aquel que se puso más blanco que la pared-.
-¡Ahí! ¡Con todo y sin chistar!
-Pero, ¿por qué?, ¿por qué?...., y empezó a protestar: ¡Sí yo soy rojo!
No le valieron excusas. Le apuntaban con un fusil, pero el fusil lo sentíamos todos.
-Te pones o empezamos a cargarnos a lo que hemos reclutao.
Se colocó en una fila y comenzó a sorber las lágrimas y los mocos. Así llegamos a Pozuelo del Rey. Creímos que se nos moría por el camino del disgusto que cogió.
No le dejaban avisar a la familia. Nada, el fusil siempre apuntándole.
Cinco meses le costó demostrar que no era de ningún pueblo de Castellón, de ninguna aldea; cuando le dijeron que era una equivocación, ya estaba enfermo.
No supimos el nombre. Lo conocíamos por «el valenciano» o por «el excautivo», también por «el que enfermó del miedo».
Un montón habrán padecido lo mismo.
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