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En la esquina de la galería, donde el sol daba su último adiós al atardecer, crecía el jazminero de mi padre, que cuidaba como algo especial; de tal modo que sólo nos dejaba coger las flores que caían a la tierra de la maceta, un ... gran tiesto de barro cocido. Cuando era pequeña, además de los jazmines de casa, cogía en un cestita de mimbre los del Parterre, el jardín donde nos llevaban todas las tardes a correr, a saltar y a seguir al hombre que encendía los faroles de gas, gracias a una llama diminuta y mágica. Luego, en casa, mi abuela, con un hilo finísimo, pasaba los tallos de los jazmines y yo disfrutaba de collares y pomos para el pelo.

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