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La mujer ha salido de la habitación; ha salido gozosa y su alegría -como si fuera un perfume- domina el ambiente y todos los rincones de la casa. Alisó la toalla y ya que el sol ha salido inesperadamente, puso los zapatitos del niño junto ... a la planta de la ventana. Quiere que el hombre encuentre al niño como si fuera domingo, con el jersey nuevo y los pantalones que aún no ha estrenado.

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¿Y a ella, cómo quiere que la encuentre?

  • i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro

  • Un instante , publicado por Federico Domenech en 1980.

Como la primera noche, cuando la rondalla del pueblo les fue a tocar y ella suplicaba riendo:

«No enciendas la luz. Espera que se vayan».

Hoy se ha visto detenidamente en el espejo. Ha descubierto las finas rayas que se le forman junto a los ojos y los labios. También algunas canas. Sabe que su cintura ensanchó después del parto. Ha buscado la fotografía de novios para compararse con la moza que fue. Le pintaron sin duda demasiado los labios. Le hicieron un peinado extraño. Como si no fuera ella. Y el hombre, por la noche, con la misma delicadeza que la había tratado durante todo el día, le quitó las flores del inverosímil moño y hundió la cabeza en el cabello buscándole la nuca.

La mujer delante del espejo, se ha recogido el pelo en una trenza y aún se acuerda de aquel peinado. Sabe que no esperarán a la noche, no querrán, que tan pronto como coman, con los viejos y el niño, después de que el hombre cuente las últimas anécdotas de emigrante, las más gratas para que todos rían y no haya ninguna tristeza, subirán ligeros a la habitación.

-¿Quieres descansar un poco? Preguntará ella.

-Sí, el viaje es largo. Me echaré un rato.

Sentirá ganas de cantar, como por la mañana cuando abrió la ventana y se le antojó que veía por primera vez los tejados, los corrales, la hondonada del valle y la bruma que se alzaba del río a lo lejos. Estuvo unos minutos contemplándolo todo con la certeza de que a pesar de que transcurriesen años y años podría describirlo con todos los detalles.

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Fue de la ventana al espejo y ya no importaron la arrugas de la cara. El también había envejecido; y de un viaje al siguiente, se lo apreciaba con tal ternura «que lloraba por dentro».

«Un año más y basta», se dijeron. Y se había cumplido.

No más despedidas con prólogos de largos silencios. Pagarían la entrada que les exigía el del bar de la plaza y tenían ahorros para las primeras letras. «Después, Dios dira».

Hubiera cantado por las ilusiones comunes, por ese niño que estudiará en la Universidad, porque no volvería a desplegar el mapa de una capital con extraños nombres, que tenía un circulito trazado con bolígrafo rojo.

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-Ahí está la fábrica. Ahí esta el barracón donde vivo -le señalaba el hombre una y mil veces.

-¿Qué piensas? preguntó el hombre.

-Qué he sacado la colcha de ganchillo, que estoy loca de alegría, pero me faltan palabras.

El hombre reía.

-Sí -insistió la mujer-. Me faltan palabras para mi canción. ¿Cómo se llamaría mi canción?

Un instante.

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