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En la actualidad, algunos pueblos han convertido el descenso de troncos por el río en espectáculo folklórico; revivir la antigua costumbre, que era pura necesidad de subsistencia. Durante dos siglos los cofrentinos se dedicaron a conducir madera a través del Cabriel y del Júcar, desde ... la Serranía de Cuenca hasta Alzira. Y tuve la fortuna de escuchar largamente a Modesto Arocas, que desmenuzó el trabajo tan peligroso y duro con precisión y emocionado recuerdo.
«Nos explotaban, sí -comenzó-, pero apenas el cacique anunciaba que había alguna tala, todos los hombres solicitaban ir; y las madres pedían que se llevaran a los niños, porque así tenían la comida segura».
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
El Valle de Ayora-Cofrentes , editado por la Diputación de Valencia en 2000
Él fue con su hermano y los dos lloraban de miedo cuando el guisandero marchaba a llevar el rancho a la campaña, que a veces quedaba lejos. Y también lloraban si sonaban los chiflidos que significaban algún accidente, «porque pensaban que podía ser su padre».
Muchos se herían, y más de uno se ahogó cayendo entre los maderos, delante de los amigos, sin poder hacer nada por salvarle.
Modesto Arocas, con la mirada húmeda, me refirió la historia de Pelache, a quien arrastró la corriente por la cascada llamada Las Chorreras. Lo creyeron ahogado, pero se había refugiado en una oquedad que tapaba la cortina de agua. Tres días estuvo dando voces, pero no lo oían por el fragor de la corriente y la madera que caía. Por fin, desesperado, se lanzó, y es cuando pudieron rescatarlo. En aquellos tres días, de tanto sufrir se había convertido en un viejo.
Tenía todo el pelo blanco y sollozaba como un crío. «Lo triste -añadió emocionado- es que el maderero, a veces, traía la ropa manchada de sangre y aunque jurase por la virgen de la Soledad que la herida no tenía importancia, la mujer o la madre se desesperaban y hacían promesas: que si una novena, que si un hábito».
Afloraba el desprecio cuando bajaba la voz para añadir: «Los señoritingos, los dueños de la madera, acudían a ver las proezas de los madereros embarcados, navegando río abajo, exponiendo su vida, y por la exhibición que les hacían, dominando la vara de avellano, que alcanzaba los dos metros y medio y tenía en la punta un arpón de hierro partido en dos, con las puntas en dirección contraria para empujar o aproximar cada tronco, les daban un puro».
La primera documentación que existe sobre los madereros valencianos se remonta al siglo XIV. Como consecuencia de la urbanización del Turia, los Jurados de Valencia mandaron que la recogida de los troncos se efectuase antes del puente de la Santísima Trinidad y se pusieran a secar fuera del cauce. La actividad era presenciada por los Jurados, que se sentaban en un banco de piedra circular que todavía subsiste. En cuanto a los madereros cofrentinos, seguían por el Júcar hasta Alzira.
«Y al llegar, todos decíamos que era la Valencia rica, por los naranjales, por las palmeras; nosotros éramos pobres...»
Modesto Arocas, que siempre me pareció un viejo hidalgo, porque era delgado, con nariz aguileña y mirada inteligente, me preguntó: «¿por qué?..., ¿por qué...?» Y no supe contestar.
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