Urgente El precio del tabaco cambia a partir de este sábado en decenas de marcas

La música entusiasmaba a Miguel 'El Federo', quien seguía el compás con la cabeza, o sus dedos tamborileaban sobre cualquier superficie. A Miguel 'El Federo' lo vi varias veces en los bares, sobre todo en Casa Casimiro y en El Recreo. Al saludar, como mi ... voz le era extraña, se volvía y yo notaba aquellos ojos tan abiertos y redondos que miraban sin ver.

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Una mañana, superando la timidez, me dijo: «Ya sé que anda por ahí hurgando cosas del pueblo. Yo le puedo contar... Bueno, primero que nada ¿quiere tomar algo conmigo...como un café... o una coca-cola...?

  • i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro

  • Gente del Valle de Ayora , publicado por Editorial Prometeo en 1975

Tenía la cara ancha, las sienes abultadas, la nariz corta y unas manos gordezuelas que jamás se separaban de su bastón blanco.

Necesitó decirme, cuando empezamos a charlar, que no era ciego de nacimiento, y que todo el mal le vino por haber padecido el sarampión a los 30 años.

«Se me metió en no sé en qué nervio y empecé a perder vista, a perder vista... En Belmonte (Cuenca) y en Valencia, los oculistas confesaron que no se podía hacer nada, que poquito a poquito me quedaría ciego».

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Diez años estuvo con tan amarga espera.

«No soy beato, pero soy católico, y pensé: si Dios me lo envía, hay que aceptarlo así».

En aquel tiempo se dedicaba a comprar y vender ganado, pero tuvo que dejarlo cuando todo se le hizo de noche. Almacenó voces, croquis de calles, equinas, plazuelas; lugares por los que caminaba tanteando con las manos y la ayuda del bastón.

Se hizo vendedor de iguales. «De la Delegación de Requena me enviaban los cupones para diez días, pero si un día no despachaba el papel, perdía dos mil pesetas, que es un buen puñado».

A las cinco de la madrugada salía de casa, cuando el frío corta la piel aunque la cubras con una bufanda de buena lana. «Si llovía o nevaba, mi hermana me sacaba las botas y el impermeable y me daba un buen tazón de leche con algo de café».

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La hermana, que era mayor que él y lo trataba como a un hijo, lo besaba en la frente y le trazaba una pequeña cruz. «Que el ángel de la guarda te acompañe», le decía.

«En la carretera, con mucho cuidado, levantaba el bastón a los coches, porque siempre había alguno que me llevaba al pueblo que me tocaba: a Zarra, Ayora, Teresa, Jarafuel, Cofrentes o Los Pedrones».

Llevaba una medallita como un talismán que lo protegía de los accidentes. La medallita, un Cristo, la guardana en el bolsillo, y en cierta ocasión que el arzobispo, don José María García Lahiguera, reunió a los viejos del pueblo, se la mostró, y el arzobispo le metió en el bolsillo un billete de veinte duros.

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«Sacar dinero a la Iglesia es bien difícil-contaba-, pero siempre caía algo cuando los martes nos reuníamos con nueve curas en casa del párroco de Teresa de Cofrentes. Los cité la primera vez y allí acudíamos, hale, hale, como un borrego que sabe el caminico. El párroco me dijo: 'Federo, ya puedes estar orgulloso, que una colecta de curas no la hace nadie. Y yo, de lo que estoy contento es de que la gente me quiera; no me siento solo».

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