Frente a la antigua farmacia Cañizares, donde acudían los postmodernos a tomar un Malibú, los escaparates de Montesinos, en la plaza de San Jaime, fueron un estallido en la moda. Creador sin ningún marchamo de artesanía heredada, significó la vanguardia que rompió con todos los ... cánones establecidos.
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A la tienda -a él le gustaba llamarla así-, iban las niñas de casa bien más osadas, las madres que se consideraban jóvenes, las modistas que qurían copiar y los famosos no afincados en Valencia que presumían de ropa Montesinos.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Gente del Valle de Ayora , publicado por Editorial Prometeo en 1975
La que fue cordelería familiar, él la transformó en boutique, un verano que se le ocurrió vender trajes de cretona según su propio diseño. De este comienzo profesional hacia ya 13 años cuando hablamos para el libro sobre el Carmen. Gastó todo en un viaje por Estados Unidos y al regresar se envenenó con la moda. Su mente, tan barroca, tan disparatada, tan alegre, tan valenciana, fue como una carcasa multicolor para la creatividad. Nadie podía pensar que en el barrio del Carmen se prepararían colecciones que asombrarían a la critica especializada, como sucedió aquel septiembre de 1985 en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid.
Dio libertad para que cada uno utilizase la ropa como quisiera y destacó a Miguel Bosé por presentarse con las faldas que había diseñado como saragüells. «Es tan bello que todo le sienta bien», declaró como justificación Miguel Bosé, el atractivo, el ambiguo, el deseado por hombres y mujeres, llevó sin ningún reparo las faldas pantalón semejantes a los saragüells.
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El escándalo estaba servido. No sólo Miguel Bosé, también sus hermanas Paola y Lucia, las de inteminables piernas, se convirtieron en sus mejores modelos. En el Vogue se hizo popular su rostro de árabe aceitunado con un fino bigote que parecía dibujado con hormigas. Y fiel a la viva fantasía, lanzó los slips que se convertían en bañadores y las camisetas transformadas en camisas.
Su taller siempre rebosaba de público que subía o bajaba por una escalera de caracol, separando las hojas de sus queridas plantas: los pendientes de la reina, el arrocico de la Virgen, la flor del dinero, la corona de espinas... En su rincón, en su alambicada madriguera, dibujaba siluetas con raíces velazqueñas, goyescas y picassianas, pero sobre todo dedicaba particular interés a las que vinculan al folklore valenciano: saragüells, alpargatas de careta, mantones y espolines para la gala.
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Las ofertas para desarrollar otras vías comerciales, a nivel internacional, jamás le faltaron. Fueron a buscarle los potentados de Lois y la gerencia de Ferry's le solicitó colaboración. Su vida siempre fue una cadena de éxitos y sucesos increíbles. De ella han escrito varios volúmenes y se han filmado documentales destacando planos con osados contrastes, como la escalera que crujía y las prendas más recientes que se balanceaban en perchas de madera pintadas en colores.
«Vivir entre vegetación es uno de mis deseos: con enredaderas, umbráculos y palmeras», decía. «Tendrá que ser en un chalet, claro; pero aún falta».. Entonces abrió las manos expresivamente y señaló: «Lo que tengo claro es no marcharme de Valencia».
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