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Alta, de rotundas formas, con la mirada luminosa en un rostro de maternidad africana, llegó a la mesa para ofrecer el menú, pero ella olía a especias y plantas. Nguenar abrió el comedor en la calle de Vivons; lo decoró con tejidos de su país ... estampados con escenas de bailes, casas y pájaros. Había cumplido un deseo, estar entre fogones y guisar platos de su tierra. Llevaba trece años en Valencia, aconsejada por su madre, que, antes de enviarla, vino a conocer la ciudad y el ambiente en que se desenvolvería.

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