Obdulia y la Universidad Popular

-Nunca me llevaron a la escuela. Mi familia era andaluza, muy pobre; tanto que mi padre, que era albañil, se enteró de que en Barcelona buscaban obreros para hacer los nichos del cementerio y nos fuimos. Mis padres murieron en pocos meses. Yo tenía 14 años y cinco hermanos más pequeños. Trabajé como una burra en el campo, cargándome en la espalda sacos de trigo, porque los amos no dan nada. Recuerdo ir detrás de una señora porque comía un plátano y esperaba recoger la piel y chupar la puntita de la fruta.

Charlamos sentadas junto a la mesa camilla que adornó con un búcaro de plástico y unas margaritas silvestres, de las que cubrían los ribazos de Pinedo.

Siguió con sus recuerdos y el desafío en la mirada.

-El pasado, pasado está. Me casé con un valenciano. También emigramos; vivimos en Mendoza, y cinco años en París, porque la situación en España estaba mal; pero volvimos, y enviudé. Pasó el tiempo, hasta que la idea feliz empezó a solucionarnos la vida, a mi hija y a mí. Iban a inaugurar El Corte Inglés y se me ocurrió poner una pensión cerca. La abrí en la calle Colón. Los pobres hemos de espabilarnos.

No sólo la decisión era una de sus cualidades, también las manualidades con ganchillo, y realizó diminutos muebles y dos veleros con madera de olivo que recogía de la que ya no sirve y luego ponía a remojo y entre telas húmedas

«¿Mi mejor lección? Observar la vida. La vida ha sido mi Universidad».