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Así como Sorolla se enamoró de la Malvarrosa, Cecilio Pla sintió una predilección especial por la orilla de las Arenas, incluyendo el balneario y la vida social que transcurría a su alrededor; a la sombra de los tamarindos; aquel ambiente elitista que admiraba a las ... playas francesas.
El testimonio pictórico de la primitiva construcción «Arenas-Baños de Ola», quedó en el óleo firmado hacia 1915, perteneciente hoy a la colección del Senado. Se trata de un conjunto de edificios de distintas alturas en ocres, blancos y azules, encuadrados por tapiales encalados que duplicaban el sol y sobre los que se desbordaban adelfas y buganvillas. Pero todavía son más interesantes la serie de pequeñas tablas -de 1915 a 1925- centradas generalmente en niños jugando o en tertulias femeninas; escenas impresionistas en las que reverbera el mar y hasta la luz brilla en pamelas de paja.
En aquel tiempo, los bañadores -tan púdicos que no marcaban la silueta- se alquilaban como las toallas y las sábanas inmensas, especiales, orladas de cenefa azul, que cuidaban las lavanderas del pabellón.
En el insólito pabellón lacustre, que proyectó Carlos Cortina Beltrán, con clara referencia modernista, a base de tabloncillos blancos y azules, por las tardes, la banda de Pueblo Nuevo del Mar ofrecía conciertos con un programa de mazurcas, pasodobles y preludios de zarzuelas, mientras al público saboreaba copas de café granizado o leche merengada.
Tranvías de tracción animal comunicaban el Balneario «Arenas-Baños de Ola» con la ciudad; vehículos calificados como jardinera, en donde la penumbra se conseguía con cortinas y propiciaba la conversación entre señoras que se recomendaban peinadoras, costureras o el ama de leche. No se editaban revistas de las llamadas ahora del corazón, y la frivolidad femenina quedaba limitada a la vida y costumbres de la burguesía, que seguía soñando con Biarritz.
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