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Entre jaculatorias y suspiros, amasando harina, azúcar, huevos y corteza rallada de limón, desde hace siglos han salido de las manos monjiles licores para aquietar nervios, borrar nostalgias o estimular el ansia de vivir. Han frenado males corporales y males del alma desde obradores que ... tienen la magia de la oración como un susurro.
Santa Teresa de Jesús ya lo certificó: «Entre los pucheros anda el Señor», pero la magnífica escritora e investigadora científica Mar Rey Bueno nos desvela, en el último volumen de 'Pasiones Bibliográficas' (Jerónima Galés), un denso camino a recorrer por las misteriosas boticas que crearon, mantuvieron y difundieron jarabes, polvos o vegetales cultivados en ocultos y sagrados jardines de monasterios.
Místicas órdenes de clarisas o franciscanas concepcionistas vinculadas -a veces- a la realeza se intercambiaban información o solicitaban algo para atender una urgencia. Como interesante y humana transcripción doy la palabra a Mar Rey Bueno: «Suplico a sus mercedes que Ana Espinosa, monja en el Monasterio de Madrigal, me envíe una caja de polvos que ella sabe hacer para quitarme mis melancolías y pasiones de corazón».
La autora concede un capítulo ìmportante a las cartas de Santa Teresa en respuesta a las consultas personales de sus monjas, a quienes aconseja aguas medicinales como las de Loja y Fuentelapiedra o las destiladas (de azahar y de rosas), así como sahumerios.
Añadamos que el periplo por conventos, catedrales y semisecretas capillas con rituales marcha paralelo a la descripción paisajística, arquitectónica y apuntes históricos. La importante documentación lanza nuevos temas con las notas finales de las Aromatarias o Monjas Blancas, conocedoras de métodos abortivos y dominadoras de los mil secretos del cornezuelo del centeno, el hongo que parasita dicho cereal y que ya era tratado hace miles de años, como todo lo deseado por prohibido.
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