Creo que nadie quedaría indiferente al ver a Thais; lucía un gran escote en la espalda, donde mostraba un paisaje idílico, y, en el hombro y brazo izquierdos, una galaxia de estrellas de diferente tamaño. Tatuaje que aún no había finalizado el artista, que disponía ... de su piel como si fuera un gran lienzo. Thais era, sin duda, un encantador personaje del barrio de Ruzafa, que trabajaba incansable en una peluquería de la calle de Vivons, muy cerca del bullicioso mercado.
Publicidad
Me contó que la planta baja la remozó con la ayuda de algunos vecinos que se ofrecieron al verla tanto tiempo lijando maderas y pintando hasta alcanzar los altos techos, rodeada de escobones, cubos y botes de pintura. La sala donde colocó las dos pilas para lavar la cabeza comunicaba con la sala de espera, cuya pared principal mostraba la escenografía de una calle adoquinada con escalera ascendente hasta el cielo.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
El Carmen, Ruzafa, queridos barrios , editado por el Ayuntamiento de Valencia en 2011.
«Mira -me dijo-, yo no sé si recuerda a Van Gogh o a quién; yo pedí un nocturno y lo elegí después de ver bocetos. La gente se extraña; igual que se extraña de la guitarra que dejé ahí para que la toque el que sepa».
Rió al confesar que vivía en Ruzafa porque allí todo era posible, como su especialidad, que estribaba en cambiar totalmente la imagen gracias al corte, al tinte y a los elementos de cabello natural que adicionaba, o a las melenas de color azul, amarillo, verde o azafrán que le pedían para una semana, tres días o una ceremonia de boda.
Publicidad
«Soy peluquera porque les cortaba el pelo a todas las muñecas y mi madre me llevó a la academia Badía. Seguí los cursos mandados y las prácticas, en el tiempo de las permanentes, con bigudíes de madera, los ácidos, las pinzas metálicas y el cable que se conectaba al casco que facilitaba la electricidad... -rompió a reír-. Pasé mucho miedo por si caían los bigudíes achicharrados y las señoras se quedaban calvas, pero no...»
A la vez que devanaba recuerdos, sus manos comenzaron a confeccionar una 'rasta' mediante un ganchillo con el que lograba ahuecar el cabello de forma compacta. El trabajo estaba destinado a una veinteañera con una melena bicolor: rubia dorada sobre negro ala de cuervo.
Publicidad
«Y a su pareja, a su chico -explicó- he de hacerle lo mismo. No son los primeros que acuden con el mismo diseño de pelo a una fiesta».
Generosa como los vecinos, ayudaba siempre a quien le pedía algún favor. En el espacio que enfrentaba a la ventana, permitía que las dueñas de pequeñas tiendas del barrio dejaran prendas de vestir, como un escaparate múltiple para anunciarse. También presencié cómo una joven senegalesa le preguntó -con aire de petición- si podía enseñarle a hacer rastas «porque así, en la playa podría ganar algún euro durante el verano, como hacen las chinas dando masajes».
Llegaron dos jóvenes negros con el cabello muy rizado, pero rapado de forma caprichosa. Hablaron con Thais, que tomó nota en un cuaderno.
«Son citas -dijo- para el viernes; el mejor día, aquí, en Ruzafa, donde se vive como en ninguna parte. Cada uno, a lo suyo. Y cambiar de imagen, te aseguro que anima a cualquiera», concluyó.
Publicidad
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.