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He ido al Puerto y como siempre he recordado al tío Gatica, viejo lobo de mar con quien hice amistad y me contó su vida como un serial interminable, humano, dramático, divertido y enternecedor; también con hechos que me hacían reír como cuando me confesó ... que aprendió a leer y escribir por su novia, porque le daba vergüenza pedir que le leyeran sus cartas o dictar las suyas. Así que otro amigo que se llamaba Fernando y yo -me contó- nos compramos un catón, un cartapacio, libreta, tintero y palillero, porque él tampoco sabía nada de nada..., preguntando ya nos entenderíamos. Fernando era una ceba, un trompellot, no pasó de la primera letra; yo escribí una carta a mi casa.
-En Barcelona tuve contestación de mi padre, que me ponía: 'Hijo hemos sabido que estás bien de salud, porque hemos llevado la carta al maestro de la escuela, a ver si la entendía'.
Como un tesoro guarda en un bolsillo la Cruz de Plata del Mérito Naval, preciosa cruz esmaltada de rojo, en la que se apoya un ancla dorada.
-Toma, me la dieron porque dos compañeros y yo tuvimos que salvar a 136 náufragos, los que iban en el Sirio, que embarrancó en Las Hormigas, cerca del cabo de Palos. Fuimos en un bote a cargar a la gente como una mercancía. Se tiraban del pelo, se arañaban, se mordían por entrar en el bote; vimos como se ahogaban a nuestro alrededor sin poder hacer más. Se salvó una mujer que iba con cinco hijos y lloraban cogidos a ella. Es de lo peor que he visto en la mar.
-Pero el peor momento, cuando vio cerca la muerte, fue por culpa de las fiebres, de Nueva York a Brunwick. Lo dejaron solo. -Cinco días estuve sin comer y sin beber, hasta que me eché de la litera y a cuatro pies, salí a la cambra y grité a un oficial: 'Me estais matando como a un borrego'. El oficial me dijo que me vería un médico al llegar a Brunswick sin hacerme más caso. Y el médico me mandó cuatro pendolas como las balas de un fusil: 'Cada seis horas te tomas una'. Pero yo me encontré tan desesperado que decidí tragármelas todas a la vez para ver el efecto.
Pensé, reviento y acabo con todo, pero quien terminó fue el segundo oficial que cogió las fiebres y a los siete días falleció. Así son las cosas en la mar.
Se paró el barco. Rezamos un responso. Pusieron tres tablas, desde la cocina a la orla y por allí dejaron resbalar el cuerpo que iba como un lingote, atado dentro de una de las colchonetas del buque. Cuando cayó al agua no se oía ni nuestra respiración.
Para ahuyentar amargura le pregunto por alguna época feliz.
-¡Coño! Tal vez antes de empezar la guerra; con mi hijo mayor y una barca que me compré: una de 50 HP. Pero van y me la quitan porque decían que era fascista. Y como todos querían tenerla, la amarraron mal y se hundió sin remedio.
Guardó un breve silencio para añadir: No pude hacer nada para sacarla. De nuevo se hizo el silencio entre los dos.
Cuando observó que recogía carpeta y boli, me pregunto: ¿A dónde vas con tanta prisa?
-A ver la llegada de las barcas y la subasta.
-Espera, que te acompaño. Ya veras la alegría que doy a la gente...
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