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Los lugares nos dan perspectiva y posición. Bien lo sabía el juez Peinado cuando pidió una tarima desde la que interrogar al ministro Bolaños en ... La Moncloa. No era un capricho de juez estrambótico. Era la manera de indicarle a Félix Bolaños y al poder político en general que la Justicia está por encima de todos. Incluso del ministro de Justicia.
El lugar desde el que asistir a un funeral papal también tiene su importancia. Lo comprobamos con la polémica sobre el sitio para Donald Trump. Al final, quien aspira a ser el rey del mundo, aunque sea republicano y aunque su país presuma de alergia a los monarcas, no soportó la idea de estar en segunda fila.
Tuvo que compartir espacio con las autoridades italianas y argentinas, así como con los monarcas reinantes. En el fondo, Trump ejerce como uno de ellos. Y no pidió estar en el féretro, porque ocuparlo daría al traste con sus planes de imperio global.
Pero ver el funeral desde el sagrado, como los poderosos del mundo, y verlo desde un rincón de la plaza o aledaños, como el común de los mortales, ofrece una perspectiva distinta. Sobre todo, por la imposibilidad, para la mayoría de fieles, de ver el féretro, excepto por las pantallas de televisión. Parece justicia poética que quienes rigen los destinos del mundo tengan delante el ataúd de Francisco como si de unas modernas postrimerías se tratara. El propio Papa difunto era para ellos ese 'finis gloriae mundi' que vemos en los cuadros de Valdés Leal, recordándoles que la gloria del mundo es efímera. En cambio, los fieles que llenaban la plaza y la Vía della Conciliazione asistían a una ceremonia religiosa, no a un acto institucional. Es lo que tiene la distancia respecto al boato. Sentados, a pleno sol, en los 'sampietrini', los adoquines de las calles vaticanas, no hay lugar para vanidades humanas. Se está y se aguantan las horas previas, las de la ceremonia, y las de después hasta terminar de desalojar el lugar, por fe. Ni siquiera por la atracción del evento 'instangrameable'. Quienes llegaron atraídos por el 'hecho histórico' que fotografiar, se hicieron el selfi con 'il Cuppolone' de fondo y se fueron. Quienes se quedaron a pesar del calor, del cansancio y de la tristeza que subyacía, lo hicieron por razones más profundas. Ésas que no se reflejan del todo bien en la televisión. Quizás porque los drones solo muestran el poder de Roma. Y porque los periodistas que asisten al funeral desde lo alto del Brazo de Carlomagno, sobre la columnata, a la izquierda de la Basílica, solo tienen delante a los poderosos del mundo.
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